Dalton Trumbo, la persecución del marxismo norteamericano y la Guerra Fría.

Rescatamos a unos grandes guionistas del cine norteamericano, Dalton Trumbo, para hablar sobre revolución y utopía en la Norteamérica de la Guerra Fría.

La polarización que llevó a la Guerra Fría fue culpa de Stalin. O de Hitler. Quizás fue culpa de Winston Churchill, acuñando la expresión «Telón de Acero» para denominar la división de Europa Central. O quizás del pueblo americano, ligado eternamente a su destino: ser el paladín de la libertad y la cultura occidental, originada en Europa pero defendida por la fuerza de las armas norteamericanas.

«Queridos estadounidenses, me complazco en anunciarles que acabo de firmar una orden que deja fuera de la ley para siempre a Rusia; dentro de cinco minutos comenzaremos los bombardeos»

Ronald Reagan, 1983

De lo que no hay duda es que la polarización tocó todas las esferas de la vida a partir de 1945, cuando se ganó la Segunda Guerra Mundial y la URSS dejó de ser un aliado de Estados Unidos para convertirse en su nuevo rival a lo largo y ancho del globo. Y una de esas esferas es el arte, y concretamente, el cine.

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Ya habrá ocasión de centrarnos en el cine soviético en otro artículo. En este, vamos a prestarle atención a la relación entre marxismo, industria cinematográfica norteamericana y hegemonía cultural, todo a partir de la figura de Dalton Trumbo. Este guionista, novelista y director de cine nació en 1905 en Montrose (Colorado), y en 1946 se afilió al PCUSA (Partido Comunista de USA), después de combatir en la Segunda Guerra Mundial. Con la creación de los bloques el PCUSA, así como todos los posibles grupúsculos y personas vinculadas de alguna manera a una cosmovisión de raíz socialista, fueron perseguidas, especialmente en el período entre 1950 y 1956: es lo que se conoce como el macartismo. El nombre deriva del apellido del senador Joseph Raymond McCarthy, impulsor de las grandes purgas contra militantes y simpatizantes comunistas. También hubo persecución por parte de asociaciones civiles, como el Comité de Actividades Antiestadounidenses.

El resultado más importante por parte del macartismo, o al menos el que más repercusión tuvo, fue la creación de una lista negra conocida como «Los 10 de Hollywood»: un listado de personas relacionadas con la industria cinematográfica de Hollywood que se habían negado a delatar a sus compañeros de partido o de simpatías políticas. Entre ellos estaba Dalton Trumbo y otros guionistas, actores y directores de la época, que sufrieron ostracismo laboral durante largos años y amenazas de todo tipo. Todo ello está genialmente retratado en el film de 2015 «Trumbo», dirigido por Jay Roach y protagonizado por Bryan Cranston; la actuación de Cranston le valió una nominación a los Premios Óscar al Mejor Actor.

Señalar de paso que la obra de Trumbo contiene referencias al ideal libertario; ciertamente camufladas, pero ahí están: desde la novela «Johnny cogió su fusil» (1939) y su película correspondiente, también dirigida por Trumbo (1971), hasta «Espartaco», dirigida por Stanley Kubrick (1960).

Bien, asumiendo que conocemos más o menos la historia de Dalton Trumbo, entremos en materia. El control de los medios de comunicación supone una realidad necesaria, casi imprescindible, tanto para la conservación como para la toma de poder. En la Revolución Rusa, periódicos como el Pravda y el Iskra supusieron, literalmente, la chispa de la que surgió la revuelta popular en las Rusias zaristas (iskra: chispa). Después de la Revolución, los carteles de propaganda inundaron la vida de la nueva ciudadanía soviética. Lo mismo pasó en Estados Unidos y América en la segunda Guerra Mundial, que entendieron que la hegemonía cultural a partir de los medios del momento –radio y prensa, principalmente- suponía la clave de la victoria.

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En esa lucha contra y por el control de los medios independientes a lo largo del siglo XX, que son medios no ya al servicio de las clases dominadas en los diversos países si no más bien no controlados por las clases dominantes respectivas -que no es lo mismo-, en la década de los 50 el comunismo, y por ende la ontología marxista y los medios de comunicación afines a éstos, suponen el blanco de la diana del gobierno norteamericano. En palabras del revolucionario ruso,

«De todas las artes, el cine es para nosotros la más importante”

Lenin

E indirectamente haciéndole caso, el Gobierno americano consideró lo mismo. No podía ser que Hollywood, medio que moldeaba la mente de los americanos, fuera un nido de comunistas intransigentes con los defectos de la sociedad occidental, no ahora que el enemigo era la URSS. La polarización no permitía hacer concesiones, y la libertad ideológica era -y es- un invento para épocas de paz. Como decía Esquilo, «la verdad es la primera víctima de la guerra».

La Guerra Fría dictaba nuevas normas de conflicto, en las que el odio al peligroso enemigo comunista alentado a través de los medios de comunicación jugaba un papel fundamental. La estrategia del miedo, de la difusión del pánico continuo en una sociedad, permitía un estado de excepción que permitía acabar con toda oposición de carácter social y cultural.

Esa estrategia del miedo fue precisamente la que permitió el macartismo, insostenible sin el apoyo de los lobbies de comunicación al servició de la oligarquía capitalista, la persecución y encarcelación de los Diez de Hollywood. El destino manifiesto del pueblo americano, la lucha por la libertad y los valores occidentales antes mencionados, sustentaba junto al miedo un Derecho penal de autor, y la existencia de presos políticos como Dalton Trumbo.

Esos dos conceptos van muy relacionados entre sí y con la existencia de un estado de emergencia. El Derecho Penal de autor es un concepto jurídico en el que no se castiga un delito (e.g. robar), sino a quién lo comete por ser quien es (e.g. ladrón). Esto en delitos de carácter económico y corporal no tiene mucha relevancia, pero la cosa cambia cuando nos referimos a delitos «por ser»: por ser judío, por ser negro o por ser comunista. Un Código Penal que utilice el Derecho Penal de autor puede imputar un delito de cárcel por el simple hecho de ser comunista. En cuanto al segundo punto, es Derecho Penal de autor pero referido únicamente a la punición de identidades ideológicas, no religiosas, étnicas o de raza, entre otras.

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Finalmente, se ve claramente que el intelectual, el artista, el creador, toda la míriade de facetas del arte, tiene dos opciones, que se acentúan en períodos de polarización flagrante como el que hemos descrito: o apoya a la clase dominante, reforzando su ontología, sus mitos fundacionales de la sociedad y su discurso de clase, o bien se constituye en rupturista, vanguardia y contrahegemonía. En términos nietztscheanos, sólo el último sería un «creador», alguien con la voluntad de poder suficiente como para romper los esquemas sociales y situarse más allá del bien y el mal, es decir, de la moral dominante.

Mientras Dalton Trumbo puede, estirando su figura, situarse en esta categoría, encuentra el reverso de la moneda en Hedda Hopper, exactriz, periodista y colaboradora del Comité de Actividades Antiestadounidenses en el momento en que Trumbo es juzgado (intepretada magníficamente por Helen Mirren en la película Trumbo). Esta dualidad que suponen los dos «narradores» es la base del conflicto social entre dominantes y dominados, de la batalla por la construcción de un discurso que permita una mayor acumulación de fuerzas que el contrincante político, y la piedra angular de la lucha por el mantenimiento o derrocamiento de un sistema. Es ahí, en la contraposición entre Dalton Trumbo y Hedda Hopper, donde nacen los monstruos.

«El viejo mundo se muere. El nuevo tarda en aparecer. Y en ese claroscuro surgen los monstruos».

Gramsci

 

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