La cuestión nacional y Cataluña: análisis de un izquierdista

En los últimos seis meses, se ha hablado largo y tendido sobre el proceso de independencia de Cataluña, más conocido como «el Procés».

Desde Pontevedra a Cartagena, la cuestión nacional catalana ha sido ampliamente discutida.Se han cavado las trincheras, se han cargado los fusiles y se espera que el enemigo haga su próximo movimiento al alba. En esta guerra de patrias, las escaramuzas y las jugadas maestras están al orden del día. El nacionalismo español y su mantenimiento del status quo chocan contra la ruptura territorial que plantea el nacionalismo catalán, y en esta batalla que todavía no conoce vencedor nadie ha tenido el valor de plantear la figura del nacionalismo como concepto político en los comienzos del siglo XXI.

Esa es la propuesta que trae este ensayo, que desde una óptica de filosofía política próxima a la izquierda transformadora busca dar respuesta al rompecabezas que supone entender el nacionalismo catalán. Para ello, es necesario entender la mecánica de su sociedad, sus tiempos y las tradiciones en las que se basa. Pero, principalmente, lo que se necesita es capacidad crítica para comprender lo que supone conjugar el concepto nación en un proceso que se plantea como la ruptura más importante con el Régimen del 78.

 

La nación

Primero hay que definir el concepto nación, para así poder más adelante movernos al análisis. La nación se ha de entender como un ideal compartido que nace de una comunidad de individuos unidos por relaciones sociales bajo un poder político determinado. Lo contrario a la nación, por lo tanto, no es la inexistencia de individuos en un territorio, sino la ruptura de la comunidad política, la eliminación de su foro social en tanto espacio de forja de identidad común. La liquidación de las relaciones sociales y de producción entre individuos que se reconocen como parte de una misma comunidad política es la verdadera antítesis de la nación; lo que consideramos nación, pues, es un pueblo y la forma en que ese pueblo se ve a sí mismo y se relaciona con la realidad que lo rodea.

Toda patria, tendidos los puentes con su contexto en forma de superestructuras, eleva a los cielos -nunca mejor dicho- un modelo a seguir, un ideal. La nación, buscando crear algo que permanezca en el tiempo más allá de la vida de los hombres (H. Arendt), utiliza toda su mitología fundacional, sus tradiciones y prácticas consideradas distintivas para construir el espejismo de su existencia, y con él, el de su porvenir. Sobre la base de un ideal histórico, lingüístico, artístico, en definitiva, relacional, se configura entonces un “nosotros”, un punto común que permite alejar a la comunidad política de sus conflictos bipolares intrínsecos. En efecto, el concepto nacional que tomamos aquí, de raíz germánica, surge de manera concurrente en el tiempo con el asentamiento del capitalismo europeo -los primeros Estados Modernos-, actuando de motor económico para las nuevas formas políticas. ¿Cómo las luchas de poder y contra-poder, de acción y reacción, de creación y destrucción son mantenidas a raya?

El “nosotros” nacional, ese ideal basado en un pasado remoto, actúa de amortiguador para todas aquellas tensiones que son un riesgo para la supervivencia de una comunidad política heterogénea. Por ello, la transformación radical de una sociedad pasa por la destrucción de la nación, por el destierro del pasado que el concepto “patria” emula a cada crujido arcaico. Pero eso ya es otra historia.

 

El buen ciudadano y la esencia nacional

La cuestión fundamental es que, a consecuencia de las bases en las que se funda la nación, la salvación del pueblo como unidad indivisible de seres individuales supone la antropomorfización ideal de tales rasgos en un ser imaginario, al que poco le falta para ser Yahvé eligiendo a esa comunidad en particular como su favorita. Es lo que podemos considerar el “ciudadano ejemplar” de una determinada nación. ¿Qué es ser un buen español? ¿Qué es ser un mal catalán? ¿Es un francés republicano per se?

La respuesta es y debe ser que no, ese francés no será un ferviente republicano por el mero hecho de su nacionalidad gala. Hace tal afirmación, más allá de la construcción de una divinidad política/sujeto indestructible, o precisamente por ello, cierra las puertas no ya al progreso futuro sino a una interpretación fidedigna de la historia. Asumir la esencia de un pueblo, tal como pretendía Hegel, o sus prácticas y costumbres como fruto de la moral de los grandes Hombres, como Nietzsche, no es más que la infantil pretensión de detener el tiempo, de negar el dinamismo que sufren todas las cosas vivas.

Si tal esencia inmortal existiese, ¿cómo explicar la subyugación italiana a los poderes financieros de la Europa del Norte? Comandantes de legiones están ahora mismo revolviéndose en sus tumbas derruidas, viendo que Roma no cumple con su destino existencial de dominar el mundo. Si la esencia de los pueblos es de una tangibilidad tal que desafía al tiempo, entonces no existe la evolución. España todavía tendría un Imperio donde nunca se pondría el Sol, o no hubiera tenido ninguno en absoluto; su destino nacional, proyección futura de la esencia de sus raíces históricas, ¿es la dominación militar o no?

Claro está que los factores materiales determinan las conductas de una comunidad política: un pueblo asentado a orillas del mar se verá inclinado al comercio marítimo, a una tradición de marinos y navegantes. Pero asignar a una comunidad política conceptos abstractos como “libertad”, “justicia” o “tiranía”, como si de títulos nobiliarios se tratase, es colocar una venda en los ojos al lector de la historia. Una cosa es que un pueblo se vea determinado por aquello que lo rodea, otra muy distinta es que de tales determinaciones se extraigan unos conceptos ideales eternos, frutos de la observancia concreta y estática de un período de su historia. Tal reduccionismo se permite el lujo de asumir que la esencia del pueblo alemán es el autoritarismo, así como la de España, y que la de Cataluña es la libertad. ¿Pero alguna vez oyeron hablar de los barbáricos Almogàvers en el Negroponte, o del comercio de esclavos africanos realizado por tantos y tantos buques catalanes? Cogiendo el feudal modelo pactista del Principado de Cataluña, su esencia es la democracia (al mismo tiempo, ocurría la Masacre de los genoveses). Tomando el siglo XVI, su destino es el de ser unos esclavistas despiadados, una tiranía de base racial. Por lo tanto, hablar de una esencia nacional es inútil y falaz.

La patria, pues, depende del momento histórico en el que basa sus raíces, y de las relaciones sociales que se dan en éste. Una patria sin esa rememoración histórica se convertiría en una analogía del concepto de comunidad política, pues carecería del “nosotros” en su faceta de historia común, y veríamos a la sociedad en toda su crudeza.

El caso catalán: breve introducción al caos

Pero no es esta la patria que exhiben los nacionalismos, incluido el catalán. El patriotismo catalán se ha construido en atención a unas tradiciones que han venido determinadas como comunes, a pesar de todos los cambios políticos, económicos y sociológicos (especialmente los migratorios) que han sacudido su comunidad. Es ésta una patria ligada a una tierra con proyección, no a una comunidad política: salta desde un pretendido republicanismo ancestral y un deseo de libertad territorial eterno hacia un futuro prometedor, confundiendo en el proceso “tierra” y “gente”. Esto explica las constantes alusiones al Poble de Catalunya cuando el trabajador de la periferia barcelonesa no se ha sentido catalán en su vida. ¿Por qué es catalán, entonces? Porque vive ligado a una tierra y rodeado de una comunidad política identificada como catalana, pero de la que nunca se ha sentido socialmente parte. Hay un factor de exclusión en todo nacionalismo, que en el catalán toma unas formas socioeconómicas concretas. Pero no nos adelantemos.

Esta búsqueda patriotera de identidad intrafronteriza, espoloneada por la crème de la crème de la burguesía catalana, no puede más que venir determinada por dos factores: el primero, la ya mencionada construcción ideal de la patria (tradiciones, esencia, modelo de ciudadanía fruto de la antropomorfización de la esencia).

El segundo, el componente económico que permite articular políticamente un movimiento capaz de ocupar el poder y lanzarse a la conquista de Ítaca. “Defensa la terra”, dicen, y tu familia es de Huelva. Pero es una orden. Como la que aquellos señores daban –y dan- a los recién llegado de todas partes de la Península. Mano de obra esclava encadenada por un sueldo de miseria a una máquina textil en los 70, ahora son y somos todos hermanos en la construcción de una patria catalana libre. El dinamismo, la bipolaridad de toda comunidad política en capitalismo, es lo que tiene.

 

La socioeconomía catalana

Hace algo más de ciento cincuenta años, Marx escribía sobre una guerra civil perpetua entre los dueños de los medios de producción, amos de los nuevos Estados-nación, y la masa asalariada. Ese frente de batalla económico se ha visto reflejado en el espejo de lo nacional en pleno siglo XXI, y sus consecuencias son evidentes. La válvula social para tal transposición ha sido la inmigración de mano de obra precarizada que, expulsada de los campos de Castilla por el hambre y la pobreza, buscaron en la Barcelona de finales de siglo los medios de vida que no encontraban en sus pueblos.

Por lo tanto, tenemos que los dos bandos en los que el nacionalismo ha separado Cataluña son figuras superpuestas en el marco de lo económico, en una travesura de la historia. Sería fraudulento afirmar que tales bloques nacionalistas antagónicos son los mismos que forma la división de clases; sin embargo, es innegable que aquéllos que detentan el poder en las bambalinas del Procés es la aristocracia empresarial clásica, y su más firme oposición sale de las barriadas periféricas.

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Esto permite explicar el auge de una formación claramente neoliberal como es Ciudadanos en el área metropolitana de Barcelona, zona históricamente atesorada por el PSC y recientemente por Podem. Frente a la ruptura (solamente) nacional que plantea la oligarquía catalana, frente a una acción propositiva entorno al concepto «Independència«, Ciudadanos se ha constituido, lamentablemente, en el baluarte de gran parte de la clase trabajadora. Las clases populares que votan naranja son las que niegan tanto la existencia de una comunidad política catalana que englobe a la totalidad de la población de Cataluña en torno al independentismo, como la dominación de la burguesía catalana y su desprecio de décadas. Quizás ahora se puede entender lo ridículo que suena convocar una huelga general de apoyo a la Independència.

Y ese es precisamente el punto anteriormente mencionado: la comunidad política catalana, embebida de tradiciones y sentimientos de unidad entorno a éstas, es decir, la patria catalana, inherentemente niega la entrada en su seno a los que no comulgan con el credo del independentismo. La situación de tensión y radicalización en torno al patriotismo es tal que no hay marcha atrás; para no ser independentista se ha de negar toda relación con la catalanidad, y viceversa. Sólo hay que mirar cómo le fue a Unió, y últimamente a Podem.

Ante esa situación antagónica entre poderosos convergents y casi mileuristas naranjas, entre dos nacionalismos absurdos, los ojos del poder giran hacia la clase media. En las teorías de los grandes pensadores revolucionarios ésta es muchas veces la gran olvidada, pero ahí está, jugando su papel político, siendo el peso definitivo que inclina la balanza hacia un lado u otro. En este caso, se puede afirmar que la clase media catalana está jugando un papel de primerísimo nivel.

Cataluña siempre ha cuidado y mimado económicamente a los pequeños propietarios, tanto agrícolas como industriales. A éstos se les ha de sumar la clase media proveniente de profesiones liberales, que no son pocos: médicos, arquitectos, abogados, ingenieros, etc. Ahora bien, si alguien realmente representa las clases medias processistas son esos pequeños propietarios arruinados o casi arruinados durante la crisis del 2008, proletarizada en muchos casos por las fuerzas económicas del mercado en una etapa de constricción del mercado. Es ese reducto de clase media aspiracional, de clase media frustrada por una economía que los invita a la masa gris del asalariado promedio, la que permite mantener en pie un proyecto gigantesco como es el Procés. Porque el Espanya ens roba tiene mucho más efecto en los pequeños agentes del mercado, que ven sus negocios en caída libre, que en el mileurista que no ve aparecer a España ni en su hipoteca, ni en su cuenta bancaria, ni en su despido. Ese agente fácilmente puede achacar la bajada del consumo a unos impuestos elevados, que en general es lo que hace todo liberal que se precie. Es obvio que de ahí al Espanya ens roba, con toda la maquinaria del poder hegemónico convergent en marcha, hay sólo un pasito.

Finalmente, merecen mención aparte ANC y Òmnium Cultural, o la organización de la sociedad civil en torno a la hoja de ruta convergent. Algunos han definido este movimiento como peronismo, y no van muy desencaminados: sectores de la población, especialmente esas clases medias ya explicadas, han entrado de lleno en la toma de las calles para respaldar las políticas tomadas en las instituciones; tomadas sin su aprobación, dicho sea de paso. Han sabido estar a la altura de las circunstancias cuando la situación lo requería, y su apoyo sin fisuras ha mantenido vivo un independentismo de base que estaría desmovilizado si no fuera por estos. Teniendo en cuenta que si convoca ANC salen 40.000 personas a la calle y si convocan los CDR (Comités de Defensa del Referéndum) salen 4.000, está de más comentar la frase “los CDR son los nuevos soviets”.

La unidad nacional y la exclusión

Hemos indagado en el ideal de nación, hemos visto las relaciones políticas y económicas que se dan en Cataluña, y ahora toca el tercer punto: el poder. El poder hegemónico en Cataluña ha sido, casi ininterrumpidamente durante cuarenta años, la burguesía catalana, articulada políticamente en Convergència i Unió (CiU). Disuelta Unió y remodelada Convergència en PDeCat, tanto la formación política como la clase a la que representa han mantenido con mano firme las riendas del Procés. Poniendo la cuestión nacional en la centralidad del tablero de una forma que ya querría Errejón, los que huían en helicóptero de una muchedumbre enfurecida a las puertas del Parlament ahora son aclamados como profetas y mesías. Forma parte, con los ideales nacionales de destino grandioso, de esa política israelita de pueblo elegido.

La creación de un proceso rupturista por la clase dominante provoca inestabilidad, la formación de un sujeto político total en apenas siete años requiere de una mano firme que permita cierta clama, que alumbre el camino. De esta forma y no de otra Convergència ha salvado el pellejo tras una desastrosa gestión de la crisis, con una privatización tras otra y las calles hechas un hervidero. En pos de la unidad nacional ha sido necesario, desde la óptica del Procés, mantener en sus butacas a los herederos del Pujolismo etnicista, a los nuevos Duran i Lleida, y de paso apuntalar la macroinfraestructura económica que se había visto amenazada en Cataluña por la crisis mundial.

En palabras de Rosa Luxemburgo, cuando se trata de los movimientos nacionales como una manifestación de la vida política -las tendencias a crear el llamado estado nacionales indudable su vínculo entre éstas y la época burguesa. La burguesía catalana que domina el panorama político catalán ha necesitado como agua de mayo la formación de un movimiento de carácter nacionalista para sostener su hegemonía en una época de crisis institucional de la democracia liberal. Ese movimiento, a través de la concepción ideal ya indicada más arriba, permite la creación del “nosotros” patrio y una relajación casi absoluta de las tensiones socioeconómicas que azotaban a la población catalana. Por eso son tan importantes los llamamientos a la unidad del Poble de Catalunya como sujeto político, como comunidad política; en vista de la negativa de la mitad de la población a formar parte del proceso rupturista, es necesaria la creación de un consenso por los dirigentes del Procés sobre lo que significa el Poble de Catalunya.

Según estos, el Poble de Catalunya es la totalidad de la población catalana. En este artículo ya se ha explicado que la realidad a la que nos enfrentamos es una en que la polaridad es acusada, dando lugar a un grupo poblacional no integrado en el sujeto político de nuevo cuño y por lo tanto excluido de la formación de la comunidad política a la que se pretende dar a luz. Esa comunidad política definida como catalana ha conocido momentos de plena convivencia, precisamente porque la cuestión nacional no entraba a debate, más allá de un umbral del 10% de la población que se definía netamente como independentista.

Pero ya no más. La guerra de trincheras entorno a trapos pintarrajeados ha creado no una división sino una exclusión real y efectiva de la parte de la población no independentista del concepto Poble de Catalunya, por mucho que los dirigentes independentistas se afanen en usarlo como análogo a la población catalana. A estas alturas, cuando escuchamos a los líderes del Procés hablar de éste, sabemos para qué 50% hablan sin lugar a dudas. Cuando oímos a Arrimadas hablar de catalans amb seny estamos convencidos que no se refiere al equipo de Gobierno de Puigdemont. Esa exclusión es el último puntal básico del nacionalismo, inclusive el catalán, que se va a apuntar aquí.

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Es necesario para ello coger de la mano a Lacan, y su teoría de la definición del Yo a través de la diferenciación respecto al Otro. Para poder ser un sujeto políticamente independiente, en este caso Cataluña guiada por el Procés (asunción Cataluña/Poble de Catalunya – Independència), es una obligación histórica diferenciarla de España. Sólo en tanto que existen rubios soy moreno, si todos fuésemos morenos no se hablaría del color del pelo porque seríamos homogéneos en ese campo. De igual forma, sólo en tanto existe el Estado español existe la posibilidad de forjar un Estado Catalán, que se irá a situar en el imaginario político en las antípodas de éste.

Eso se hace a través de las esencias de las patrias y el ciudadano modélico señalados más arriba. El idealismo en el que se empapan las patrias aporta las soluciones para construir la identidad que se requiere para constituir una acción política efectiva: el Estado español es autoritario, los españoles son vagos, España está plagada de fascistas. Cataluña es democrática, los catalanes son currantes natos, Cataluña es plural y da la bienvenida a todo el mundo. ¿Cómo se justifica esto? Haciendo hincapié en el modelo feudal de la Corona de Aragón de hace setecientos años y obviando la II República de hace ochenta, por ejemplo. La selectiva recolección de tradiciones respecto al Yo (Cataluña) y el Otro (España) permite construir un relato estático pero efectivo de cara al público, que ansía separarse de la lacra que representa España.

Notas finales

El mantenimiento en Cataluña de estas estructuras no quita la existencia de una cruda represión contra manifestantes pacíficos y cargos electos. Tampoco quita que ese sea el precio a pagar para el mantenimiento de la llama de la esperanza patriótica y ya de pasada del poder en Cataluña. El 155 es el hacha del verdugo que siega la cabeza de la rebelión nacional, pero que no derrumba las estructuras de poder que se han venido construyendo durante cuarenta años y más atrás, incluidos los tecnócratas catalanes franquistas; tampoco es su función. ¿La prueba? La economía, la sociedad, el mundo sigue en marcha. El día que empiecen a purgar Foment del Treball el bastón de mando y el puño de hierro que pesa sobre las clases populares catalanas se habrán relajado en gran medida.

Pero eso jamás pasará, pues el marco económico catalán y las políticas aparejadas al mismo coinciden de manera clara con las del PP, indicando que la represión no busca eliminar la comunidad catalana, económicamente cercana a la española, sino evitar la pérdida presupuestaria que supondría la secesión. En este pulso, juego de números entre aristócratas del pueblo, entre derechas patrioteras, el análisis de lo nacional es clave si queremos evitar entregarnos a una o a otra.

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