Primero al Primark, después al Prozac (I)

Pequeño ensayo sobre el concepto de alienación marxista, la idea de libertad para Erich Fromm y el moderno Dios Capital.

“La solución totalitaria, ya sea de tipo fascista o estalinista, no puede, evidentemente, conducir más que a un desequilibrio y una deshumanización mayores; la solución del supercapitalismo no hace más que ahondar el estado patológico inherente al capitalismo, aumenta la enajenación del hombre y su automatización, y completa el proceso de convertirle en un servidor del ídolo de la producción. La única solución constructiva es la del socialismo, que tiende a una reorganización fundamental de nuestro régimen económico y social en el sentido de libertar al hombre de ser usado como un medio para fines ajenos a él, de crear un orden social en que la solidaridad humana, la razón y la productividad son fomentadas y no trabadas.”

Así definía Erich Fromm la alienación del obrero dentro del capitalismo. Si bien leemos su explicación, vemos que profundiza más que Marx en ciertos aspectos – sobretodo en el psicológico -, pues entiende que no todo puede reducirse a una lucha de clases, aunque esta sea el inicio de la disputa. El obrero dentro del capitalismo se encuentra en un perpetuo estado de alienación en el que él mismo es esclavo de aquello que produce, puesto que la mecanización y repetición de la tarea le hacen imposible un mínimo sentimiento de propiedad -ni sentimental ni material-.

Esto debe acompañarse de la alienación en la esfera privada, la cuál cada vez ha quedado más reducida a la supervivencia, quedando en un plano dónde la supervivencia no es más que una herramienta al servicio del burgués para mantener su explotación. Cabe destacar el hecho de que el obrero sobrevive y no vive, puesto que se convierte en un número más, una simple unidad productiva dentro del capitalismo, descartando cualquier realización personal que transgreda la esfera de la utilidad.

El hombre alienado no se percata de su propia situación, puesto que ésta es una de las grandes victorias del capitalismo, la alienación hegemónica por completo y sin reacción. También es cierto se ha generado debate sobre el liderazgo de esta contrarrevolución alienada, es decir, sobre la función de las instituciones a la hora de combatir la alienación del propio sistema.

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Erich Fromm

Aquí, y de forma inevitable, debe entrar el debate de la cultura popular y el consumo de ocio – acusado de banal por ciertos sectores del movimiento – por la clase obrera. El consumo de ocio es propiamente alienante, aunque es necesaria una cierta diferenciación aquí, puesto que el ocio en sí no es alienante, lo que lo es es que este esté en manos de la clase opresora y solo sirva como simple desahogo de la clase obrera entre jornadas de trabajo.

“El trabajo se torna cada vez más repetitivo y automático, al tiempo que los planificadores, los micromocionistas, los directores científicos despojan cada vez más al trabajador de su derecho a pensar y moverse con libertad. La vida está siendo negada: por necesidades de control, la creatividad, la curiosidad y el pensamiento independiente van siendo obstaculizados, y el resultado, el inevitable resultado, es evasión y rebeldía por parte del trabajador, apatía o destructividad, regresión psíquica.”

En este maravilloso párrafo de J. J. Gillepsie, vemos varios conceptos importantes que deben ser analizados a la hora de dar una explicación algo más circular al concepto de la alienación en el capitalismo.

Primero de todo, se nos presenta el concepto de trabajo repetitivo y automático, esto es importante en medida que favorece a la alienación. Esta forma de trabajar o producir es una pieza clave a la hora de construir la alienación puesto que ayuda a que el obrero sienta el fruto del trabajo menos suyo. Es mucho más difícil sentirte parte esencial de la creación de un producto – a pesar de que este nunca te va a pertenecer -cuando tu función es altamente mecánica- fácilmente substituible por una máquina- y repetitiva, ya que ayuda a crear un ambiente altamente individualista. También este tipo de producción supone un gran beneficio económico, ya que la subdivisión del trabajo, reduciéndolo a pequeñas tareas automáticas y repetitivas, hace que el obrero no necesite ningún tipo de formación o cualificación para desempeñar la tarea, lo que se traduce en más beneficio para el burgués, puesto que puede contratar a personas poco formadas y de temprana edad -lo que quiere decir, pagar el sueldo mínimo para que sobreviva dicho obrero-. Continuando en esta línea, esta división del trabajo, también hace que el obrero sea fácilmente substituible, no es una “parte del trabajo” que deba ser conservada, sino que es una estadística más, sin rostro sin persona.

Si bien el problema del s. XIX era que Dios había muerto, el problema del s. XX es que el hombre ha muerto. Con la agudeza de Nietzsche matamos a Dios, hasta ahí todo correcto, pero no lo superamos, nos quedamos en eso, en simple agudeza, en simple nihilismo. Sustituimos a un Dios religioso por el del Capital, por el consumismo moderno dónde canalizamos nuestra soledad e incapacidad de establecer vínculos a través de la compra de objetos totalmente inútiles, dónde el valor de mercado triunfa porqué nuestro valor de uso moral está por los suelos. No sentimos nada, no tenemos nada, somos incapaces de autorrealizarnos, estamos totalmente alienados trabajando ocho horas en una fábrica para el beneficio de un burgués que no tenemos derecho ni a odiar. ¿Qué nos queda? Vaciar nuestra rabia e impotencia comprando objetos que no necesitamos, pero al menos así vemos que nuestro esfuerzo en el puesto de trabajo no es en vano, sirve de algo, sirve para “llenar” ese vacío que nos crea el sistema al impedirnos realizarnos como personas, nos “llena” esa impotencia de vivir en un sistema dónde sólo importa nuestra fuerza productiva cuando se va para otro, pero que no se visibiliza el instinto natural que tiene el ser humano para crear y realizarse como persona. Estamos en un punto en el que juramos por Dios matar a todos los dioses.

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“La nueva armonía es diferente de aquella del paraíso. Se puede alcanzar solo si el hombre se desarrolla plenamente hasta llegar a ser verdaderamente humano; si es capaz de amar, si sabe la verdad y hace la justicia, si desarrolla la fuerza de su razón hasta un punto que lo libere de la esclavitud del hombre y la esclavitud de las pasiones irracionales. Cuando el hombre haya superado la escisión que lo separa de sus semejantes y de la naturaleza, entonces se hallará en paz con aquellos de quienes estaba separado. La paz es el resultado de una transformación del hombre en la que la unión ha tomado el lugar de la alienación. De allí que la idea de paz no pueda ser separada de la idea de que el hombre tome conciencia de su humanidad.”¹

Tras este párrafo de Fromm, encajaría a la perfección esa cita de Marx dónde dice que el capitalismo acaba con sus dos fuentes de riqueza, tanto la naturaleza como el hombre.

Dentro del capitalismo, la armonía no es más que una simple utopía, puesto que la unión es algo imposible dentro de las relaciones de poder. El hombre se ha erguido por encima de la naturaleza y la puesto a su servicio, y ciertos hombres se han erguido por encima de otros y los han puesto a su servicio. Esta explicación de clase es cierta, pero insuficiente a la vez, puesto que la conciencia individual no desaparece del todo, persiste ahí, y aunque la explicación colectiva pueda ser válida, no puede extrapolarse a la explicación personal.

Antes de analizar esto, dediquemos un poco más de tiempo a este concepto de armonía entre el hombre y la naturaleza. Entendiendo esta dualidad irreconciliable de clases y de intereses antagónicos -ignorando, por un momento, todas las instituciones opresoras-, vemos como a partir de esta antítesis hegeliana debe haber un nacimiento, una síntesis.

Nietzsche, por ejemplo, nos explica como a partir del sueño y su interpretación y creación, – entre aquello apolíneo y dionisíaco – surge el nacimiento de la tragedia ática, y esta misma tragedia actúa como síntesis de la dualidad hegeliana en la que se basa esta antítesis. En la lucha de clases, la síntesis, como bien afirma Lenin, es el propio Estado burgués. Este Estado nace para hacer posible la vida, y reprimir de forma “no violenta” esta constante antítesis. No obstante, considero que dejar esto en la esfera pública es algo poco prudente, pues tilda de idealista el pensar que esta antítesis en la que nos movemos sólo afecta a las clases y no penetra en nuestra psique y nuestra configuración a la hora de ver el mundo.

Ya hace unos años Marx afirmaba, como bien hemos mencionado antes, que el capitalismo destruía al hombre; no obstante, aquí se nos presentan dos perspectivas posibles a la hora de enfocar la situación. La primera es entender el hombre como capital fijo, es decir, como fuente inagotable de riqueza que solo posee la fuerza de trabajo a la hora de vender al burgués. Así pues, la humanidad o clase, es una fuente de riqueza inagotable de forma que ella misma – salvo transformación -, perpetúa el sistema mismo. Otra forma de verlo es entender al hombre como capital circulante, es decir, como esa fuerza de trabajo no eterna que sufre deterioro y, por tanto, se gasta. Sólo entendiendo así al hombre entendemos la sociedad y las condiciones materiales le afectan psicológicamente y, por tanto, ellas configuran el deterioro.

Siguiendo con Marx, él mismo afirmaba que es la conciencia social la que determina el ser y no al revés. Pues bien, el hombre no puede pensar más allá de sus condiciones materiales, o mejor dicho, no puede pensar fuera de ellas. La gestación de su pensamiento y sus razonamientos viene determinada por una forma de ver el mundo que es la misma que tus condiciones materiales.


¹Erich Fromm en la “Condición humana actual”
 


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