Vivir, pues. Ahora.

Review del libro «A nuestros amigos», de Comité Invisible.

Por extrañas recomendaciones uno llegó a leer A nuestros amigos, un libro anterior de este grupo de filósofos franceses —al menos bajo el nombre de Comité invisible—. Previamente, Tiqqun ya había publicado otros títulos reseñables como Teoría del bloom o Teoría de la jovencita.

Pese a mi marxismo característico, no puedo evitar tener puntos en común con los textos de estos filósofos. Ellos solo conciben la salvación de este mundo fuera de él. Nos traen el caos del momento, el final del capitalismo —que también mencionará Žižek— en el que nos encontramos, pero no por ellos dejan esperanza alguna.

Nada más abrir el libro nos encontramos con las condiciones objetivas enumeradas: ¿Cómo puede ir mal? No hay sujeto revolucionario. No, al menos, en los términos marxistas. Inspirados en las revueltas francesas, son capaces de mencionar uno por uno el por qué de nuestro fracaso. Sí, puede que el capitalismo vaya a acabarse… pero no será a nuestro favor.

Uno puede decirse que la recuperación, un poco de autoridad o el ecofeminismo vendrán a resolver todo esto. Continuar así es pagar el precio de reprimir en nosotros el sentimiento de vivir en una sociedad intrínsecamente criminal y que no pierde ocasión de recordarnos que formamos parte de su pequeña organización de delincuentes.

No hay ninguna organización a salvo, los sindicatos tampoco. Traen la voz de una joven camarada del partido francés que nos anuncia un partido lleno de egocentrismos, de falsas uniones. Un partido que no puede liberarse de ese contexto neoliberal en el que nos movemos. El narcisismo individual ha acabado con cualquier colectivo, nos sumamos a ellos no por bien común, lo hacemos para ser escuchados.

En el fin del capitalismo las autoridades son menos reales, menos creíbles. No por ello son vencibles. Cuanto más cae su credibilidad, más aumenta su gasto policial:»Cuanto más se retraen las instituciones, más hacen avanzar a sus vigilantes». Aquí sí hay esperanza, pues líneas después afirman: «El mantenimiento del orden es la única actividad de un orden ya en quiebra».

Claro, que esta quiebra no es nuestra. Nuestro contexto es el de las conexiones que nos separan. El viejo comentario de las redes sociales, de internet. A priori, sería un instrumento útil —en el anterior libro presentan la organización de las revoluciones de Egipto, por ejemplo, a través de las nuevas tecnologías­— aquí, nos extrae de lo real. Vivir en las redes es aceptar una pequeña muerte de nuestro mundo, totalmente fragmentado.

Lo fragmentado nace del capital. Para el capital es necesaria la fragmentación de los asalariados. Del tiempo de los asalariados. Presentan una realidad donde tenemos que ocuparlo. «Se ha hecho lo necesario, pues, para que aquellos que pueden permitirse un tiempo de ocio no les este permitido utilizarlo a su gusto».  La formación, las clases de teatro, de inglés… El tiempo libre es una inversión en lo laboral, «como si el consumo ya no significase una satisfacción, sino una obligación social».

Las ciudades inteligentes, desde los móviles hasta los vehículos vienen a aislarnos de la comunidad que somos. Las urbanizaciones o car to go son frutos de ese individualismo que se presentaba anteriormente. Los transportes colectivos mueren poco a poco, o son conquistados por los Smartphones.

Que tras los atentados de París el ejército siguiese en las calles tiene su explicación en la reforma laboral francesa. En falsa protección, lo que hay es un control de la ciudadanía. «Es la actualidad y la permanencia del estado de excepción, eso que toda soberanía quisiera poder ocultar, pero que regularmente se ve forzada a exhibir para hacerse temer». Presentan a la policía como último vestigio de ese estado de excepción constante, por eso defienden el “Todos odiamos a la policía” como un afecto real.

Hablan de un revolucionar por lo común, lejos del comunismo político marxista. Hablan de un comunismo que nace en el amor. En el poema de la contraportada aparece el verso «Mandar la mentira contra las cuerdas. // Creer en lo que sentimos. // Actuar en consecuencia». Acusa a los leninistas de concebir el comunismo como un fin, para ellos es un medio. El medio según el cual viven, sin culpar a la falta de organización de nada.

En las últimas líneas señalan el error del engranaje político actual, advierten a Pablo Iglesias —Podemos también aparece en Francia—:

El error afortunadamente humillante de leninistas, trotskistas, negristas y demás subpolíticos está en creer que un período que ve todas las hegemonías rotas y tiradas por los suelos todavía podría admitir una hegemonía política.

 
Por @Puertos33

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