De necesidades y consuelos

“¿En qué se convierte entonces el sentimiento humano de seguridad sino en un consuelo por el hecho de que la muerte es  lo más cercano a la vida? “

Tras un fin de semana en el que no dejaba de recordar a Cioran, me llega esta especie de despedida de Dagerman ¿Podía obviarlo? El sueco se despide de una vida que ni el anarquismo ha llegado a salvar. Decía el primero que “Militar era para gente feliz”, quizás eso es lo que no pudo soportar Dagerman.

Podríamos expresarnos, nuevamente, en términos del pensador rumano-francés: “Existe la condena de ser feliz, también la de no serlo”Lo insaciable en el hombre es su necesidad de consuelo —solo tendríamos que asomarnos a las redes sociales para ver lo actual del enunciado—. Un consuelo que es breve, que no justifica ninguna acción. Nos diría Dagerman que ese consuelo está en la mujer amada o en el amigo pero también que no dura. “Como sé que el consuelo no dura más que el soplo del viento en la copa de un árbol, me apresuro a apoderarme de mi presa”.

Gracias a Cruce contemporáneo puedo escribir este texto, gracias a la pasividad de quien es observador. Dagerman se muestra oscuro, derrotado. Habla del suicidio, también de las necesidades. No encuentra ningún consuelo en una tierra que ha visto demasiado humanizada —la crueldad solo sale del hombre—. Este testamento poco tiene que ver con lo político, aunque también está en lo político. Puede verse el acercamiento a lo absurdo de Camus, pero el suicidio es una salvación. Aunque tiempo después lo ejecutase ya escribía “El suicidio es la única prueba de la libertad humana”.

Escribía otra vez, en otro artículo, que no comprendería una vida sin su eterna crisis. Tal vez, por esos derroteros viaje la necesidad de refugio que define el escritor sueco. Pero todo es breve, el movimiento se justifica por la consumación de esa crisis, por la huida de esa crisis. Nuestra necesidad de consuelo es insaciable, nuestro vacío no puede cubrirse. La vida es un absurdo y entenderlo, tampoco nos ayuda.

Dice en esas líneas obligadas: ¿En qué se convierte mi talento sino en un consuelo a mi soledad y qué consuelo más terrible que sólo consigue que sienta mi soledad cinco veces más fuerte? El castigo de ser observador, el castigo de comprender la vida como una existencia que no hemos elegido. Pese a su anarquismo, el texto comienza con la duda de Dios — ¿no es la angustia de Kierkegaard? — Escribir es la única acción que justifica al hombre, pero tampoco lo salva.

Nos presenta una existencia sin refugio, desnuda. Una existencia que ni el amor, ni la política pueden calmar. Escribir es la condena que se ejerce pero no salva. La libertad es una especie de quimera que sobrevive con la muerte de fondo. La muerte es la razón de la vida. Vivir, entonces, se muestra oscuro. Entender todo ello no nos hace mejores. El primer condenado es el filósofo, el artista.

¿Qué ocurre cuando todo asola? “Cuando  —como diría Dagerman— al fin llega la depresión soy también su esclavo”. La vida no entiende de tiempos, creer en lo cronológico es ser cómplice de todo este circo. Lo virtuoso es eterno, ese paréntesis donde todo es infinito. También en sus palabras nos encontramos con otra maravilla Da lo mismo que encuentre la belleza en el espacio de un segundo o de cien años. La dicha no solamente se sitúa al margen del tiempo sino que niega toda relación entre la vida y el tiempo”.

El texto —probablemente para mí más que para otros— nos muestra la diferencia entre la existencia y el ser. Nos adentra en lo peligroso de la conciencia. Nos asoma al vacío de la trascendencia. Nadie que mire a la realidad está a salvo. No defiende la vampirización de las personas, pero en tanto se está solo: cualquier mujer amada o desdichado compañero de viajes puede consolarnos.

 
Por @Puertos33

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