Entrevista a Santiago Armesilla (Parte I)

Quisiera comenzar preguntándote sobre el giro que ocurre en tu formación. Me parece reseñable que una persona que estudia la licenciatura de políticas acabe siendo doctor en economía y, recientemente, publicando su segundo libro sobre economía. ¿Qué te llevó a este cambio? ¿Por qué la economía?

El nombre oficial de mi título de Doctor es el de «Doctor por la Universidad Complutense de Madrid», y solo en el párrafo encima de esta frase pone «dentro del programa de Economía Política y Social en el Marco de la Globalización». Se trataba de un programa oficial de doctorado, dentro del plan anterior a Bolonia, el de 1993, que impartió el Departamento de Economía Aplicada V de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociología de la Universidad Complutense de Madrid.

Es con Bolonia cuando dichas titulaciones empezaron a tener denominaciones demasiado abiertas, supuestamente para otorgar más posibilidades académicas y laborales a los doctores, o eso me dijeron las funcionarias. Pero claro, esto no es cierto, porque al final todo va a depender de si te acreditas por la ANECA o no, y en qué rama del saber. El Doctorado que hice yo era de pura economía, más bien de macroeconomía, aunque luego hice la tesis sobre una comparación gnoseológica, desde la Teoría del Cierre Categorial de Bueno, entre la teoría de la utilidad marginal y la teoría del valor-trabajo. Lo que ocurrió es que los cinco primeros capítulos de mi tesis, que luego quedaron resumidos en mi primer libro de 2015, «Trabajo, utilidad y verdad», editado por Maia, eran la parte más de filosofía de la ciencia, o si prefieres, filosofía de la economía, de mi tesis. Pero dicho análisis gnoseológico conllevo escribir dos capítulos más en la misma, que me llevó a desarrollar una parte ontológica que, si todo va bien, será publicada este año como nuevo libro. En el Doctorado nos dieron una formación económica bastante teórica, pero muy sólida.

Pero la economía me interesaba de antes, por las lecturas de Marx. Eso sí, siempre desde un prisma filosófico, como hacía él, como crítica de la Economía Política. Lo que ocurre es que para hacer esa crítica a la disciplina tienes que conocer su parte empírica muy bien, su aplicación práctica, su campo. Mi formación en la licenciatura, como bien dices, fue de politólogo. Aunque yo estudié politología -no me gusta llamarla «ciencia política», porque no es una ciencia propiamente dicha, lo cual no le quita racionalidad a su estudio, mal que pese a algunos-, porque en el Instituto, en Tercero de B.U.P., durante una charla sobre salidas profesionales, decían que era la que mejor te preparaba para las oposiciones y la docencia. Claro que con los años me di cuenta de que eso era mentira, porque hay tan variadas oposiciones y tan distintas ramas docentes que perfectamente podría haber tirado para otro lado. Lo que de verdad me tiraba en mis últimos años de adolescencia era la filosofía, pero acabé estudiando lo otro.

Ya con 17 años empecé a leer a Marx. También a otros filósofos como Nietzsche. Me leí «El anticristo», y me pareció horrorosa toda esa visceralidad contra la parte más universalista del cristianismo. En todo caso, ya en la carrera, en segundo, conocí los textos de Diego Guerrero, que acabó siendo mi director de tesis doctoral. Creo que Guerrero ha creado una cierta escuela, que hay muchos economistas marxistas que han desarrollado investigaciones muy buenas partiendo de su influencia, como Mario del Rosal, Javier Murillo, Juan Pablo Mateo Tomé, Xabier Arrizabalo, Eddy Sánchez, etc. Habría que nombrar también en ese elenco de magníficos economistas a Joaquín Arriola, pero geográficamente no es cercano, pero es de los mejores en su campo. También a Maxi Nieto Ferrández, que está en Alicante, que diría que es de los mejores analistas de la teoría del valor-trabajo de Marx en español. Rolando Astarita sería otro nombre a tener en cuenta, otro gran conocedor de la teoría del valor-trabajo. Yo diría que no hubo cambio, sino que mi interés por la filosofía materialista de Marx, orientada desde la carrera de politología, me permitió desarrollar un enfoque aplicativo bastante amplio, por todos los campos que la politología toca, siendo uno de ellos la Economía Política -no le quitemos el adjetivo de política a la disciplina-. Y en mi caso, el hacer ese doctorado fue un proceso lógico conectado con mi formación anterior, y también posterior.

De los tres libros que tengo publicados, dos son de economía, y el cuarto también será de economía, de Historia económica. De todas las ciencias sociales, la economía es la que de una manera más pretendidamente sistemática, trata de abarcar más campos de la vida política. Es una disciplina invasiva de todas las demás, no la única, pero sí la que ha conseguido hacerlo de una manera más exitosa, con mayor solidez empírica. También la politología o la psicología lo han hecho. Esta última con mucha presencia en la economía desde hace más de un siglo. Pero la economía es la disciplina del conocimiento que más elementos ha absorbido de todas las restantes ciencias sociales, los economistas son gurús sociales y políticos, y de la racionalidad de sus recetas puede depender la recurrencia y estabilidad de cualquier sociedad política. Así pues, para mi hay una conexión lógica, sin olvidar sus puntos de desconexión, entre política y economía. Y no solo por la política económica, que también. Sino porque la economía, a pesar de Marshall y los neoclásicos, sigue siendo Economía Política. Y claro, analizar esa conexión desde un enfoque filosófico materialista es muy interesante. Lo hizo Marx en su día, y su influencia sigue siendo palmaria, no es perro muerto. En este proceso académico por el que preguntas me convierto también en discípulo de Diego Guerrero y de su enfoque cuantitativo y gnoseológico de la teoría del valor-trabajo, si bien yo le añado la lectura gnoseológica y ontológica del materialismo filosófico de Bueno, del cual también me volví discípulo durante la carrera.

Normalmente te muestras reacio a las posturas de cierta izquierda, la llamas izquierda indefinida, ¿qué significó para esta postura el haber compartido espacio durante tanto tiempo con ellos? ¿Y para ti?

Yo me acerqué al materialismo de Bueno en la carrera de políticas, en la famosa Facultad de Somosaguas. Siempre fui muy curioso, y aunque a Bueno le conocía antes superficialmente y no me gustaban sus ideas, el empezar a leer entrevistas suyas me convenció de mi errónea conceptualización sobre su forma de ver la Realidad. Además, Somosaguas me ponía enfermo. Era un sitio lleno de pijos que se hacían pasar por «revolucionarios». Era asqueroso ver gente con aspecto de perroflauta venir en bicicleta a la Facultad, desde Pozuelo, porque vivían al lado, para ocultar que venían de casoplones propiedad de sus padres, funcionarios de alto rango, empresarios o altos cargos del PSOE o del PP, incluso. Mientras que algunos teníamos que viajar en metro y en bus durante una hora viniendo desde Vicálvaro.

Además, siempre apoyaban causas absurdas, irracionales o directamente vomitivas: destrucción de España, ETA, vegetarianismo-veganismo-animalismo, «otra Europa posible», etc. Organizaban asambleas para decidir cuándo realizar la próxima asamblea, donde los que dominaban las mismas eran los que tenían el megáfono si eran con mucha gente al aire libre, o los que tenían papel y boli y las dirigían. Es ahí cuando conozco a Iglesias, a Errejón, a Ramón Espinar y otros fundadores de Podemos. Hacia tercero de carrera yo decido dedicarme a estudiar y sacarme la carrera y pasar de todo aquello. Me metí de lleno en la lectura de Bueno y de Marx, y ellos fundan Contrapoder, una asociación inspirada en el autonomismo de Toni Negri, que se dedicaba a hacer actos absurdos, ejerciendo bastante violencia para intimidar al resto del alumnado y del profesorado, con la cual, en realidad, solo buscaban colocarse y medrar. Cosa que yo creo que consiguieron.

A mí me dieron clase Monedero y Verstrynge, pero no tengo queja de ellos como profesores en absoluto. Eso sí, estaban metidos en el ajo. Ahí no había proyecto político alguno, solo hacer performances a lo Guy Debord. Fueron ellos los que organizaron la «toma de la capilla» en la Facultad de Psicología, con la que casi destrozan a un buen puñado de memas de primero y de segundo en su carrera académica, que fueron allí a quedarse desnudas de cintura para arriba. También fueron ellos los que colocaron la pancarta pidiendo la libertad de Iñaki de Juana Chaos. También trajeron a Evo Morales a dar una conferencia, y le dedicaron un mural de Tupac Amaru. «Tomaban aulas» a ritmo de Manu Chao.

Recuerdo una huelga contra el Plan Bolonia, que no sirvió para nada, en la que trajeron a la Puerta del Sol una camioneta blanca, como la que sale en Mr. Bean, que tenía puesto a Manu Chao y a Fermín Muguruza todo el rato. Pues todo ese comportamiento, que es muy común en las Universidades españolas y de todos los países capitalistas democráticos, era el que describía Bueno en el primer libro que me leí de él, «El mito de la izquierda». Bueno afirma en el libro que la izquierda, en sentido único, no existe, que eso es un mito oscuro y confuso. Que existen las izquierdas, en plural, que se enfrentan entre sí incluso a muerte. Las características que dichas izquierdas tienen en común, al menos las definidas, son dos.

Una genérica, el raciouniversalismo, esto es, que sus proyectos políticos son para todos los seres humanos sin distinción de sexo, raza, edad u origen, etc., y que son proyectos basados en la Razón, en el racionalismo más científico que ilustrado, y no en universalismos religiosos. Por eso, las izquierdas no pueden ser particularistas, lo que excluye de las izquierdas al fascismo, al nacionalsocialismo, al nacionalsindicalismo y también a la «izquierda abertzale», porque sus proyectos son particularistas. La otra característica es específica, y Bueno la llamó holización, inspirado en la química. La holización es la realización específica, práctica, de la teoría raciouniversalista de las izquierdas, y donde se ve esa conexión con las ciencias categorialmente cerradas. Es un proceso por el cual las partes anatómicas de una sociedad (los estamentos o clases sociales), son reconfigurados, o «destruidos», para disolverlos en sus partes átomas, los sujetos que conforman esa sociedad, construyendo sobre las bases de la antigua sociedad una nueva. Esta holización es distinta en cada una de las seis generaciones históricas de izquierdas políticamente definidas, que se definen porque respecto del Estado, la unidad fundamental de toda acción política con implicación dialéctica potencialmente universal, tienen un proyecto holizador concreto, definido.

Así, Bueno define seis generaciones de izquierdas definidas: la jacobina (que holiza el Antiguo Régimen francés, destruye los estamentos, y funda la nación política, que se expande vía napoleónica, código civil y Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano), la liberal (que surge durante el Primer Periodo Revolucionario español, la Guerra de Independencia de 1808-1814, que respecto de la nación es izquierda -una nación Imperial, intercontinental, «de ambos hemisferios», como pone en el artículo 1 de la Constitución de Cádiz, pero respecto al altar es derecha porque afirma la constitucionalidad del catolicismo como religión oficial, verdadera y única), la anarquista (que busca destruir el Estado para instaurar el comunismo libertario, horizontal y autogestionado, cosa que intenta hacer a través de sindicatos como la CNT), la socialdemocracia (que trata de avanzar al socialismo ganando elecciones a la burguesía en parlamentos liberales, y acaba abandonando el marxismo por el Estado de bienestar), la comunista (que pretende destruir el Estado burgués, instaurar el Estado proletario -la dictadura del proletariado- y extinguir progresivamente éste para llegar al comunismo) y la asiática (o maoísta, que sigue una línea similar a la comunista, pero dando mayor peso al campesinado, más pluripartidista, y partiendo de una nación, China, que no pretende una expansión centrífuga sino un acercamiento del resto de sociedades a ella, centrípeta).

Bueno, también, distingue las izquierdas definidas de las indefinidas, siendo estas aquellas que no se rigen por un proyecto respecto del Estado, sino por cuestiones éticas, morales, estéticas o artísticas. Habría tres modalidades de izquierda indefinida: la extravagante (ONGs, movimientos sociales, ecologismo, feminismo, teología de la liberación -que, por su carácter religioso, también es derecha extravagante-), la divagante (intelectuales y artistas) y la fundamentalista (mezcla de las dos anteriores, que es lo que es Podemos, Izquierda Unida, etc.). La izquierda indefinida es la izquierda dominante en España y en todo el mundo capitalista, porque es inofensiva para el capital. La prueba del algodón es que el líder de la izquierda fundamentalista, Pablo Iglesias Turrión, ha acabado hipotecando su vida política y su partido a un casoplón en Galapagar, con lo que se cierra el círculo biográfico que conocí en Somosaguas, aunque todavía a esta izquierda, que es el izquierdismo infantil que denunció Lenin, le quedan unos cuantos años para dar por saco.

Para terminar con este primer bloque sobre la etapa universitaria, el cual casi podríamos enmarcar en la UCM, quería preguntarte sobre el resto de «marxistas de la academia. ¿qué lugar ocupan Sacristán, Domenech o Fernández Liria en la filosofía emancipadora en español?»

Bueno, de Domenech conozco muy poco, por lo que me abstendré de opinar sobre él. De Liria he de decir que su libro sobre materialismo no está mal, y que me parece buena persona, y siempre que me he encontrado con él hemos tenido un trato bastante cordial. Es una persona con la que se puede debatir. Su proyecto de conexión entre Marx y Kant es una barbaridad. Marx fue una reacción contra la Ilustración, la criticó siempre. Y además, en «La sagrada familia» y en «La ideología alemana» rompe con el idealismo alemán, con toda pretensión de aprehender la Realidad desde una idea de absoluto, ya sea la de Kant, la de Hegel, la de Schelling o la de Fichte. En Marx no hay un absoluto. Hay una pluralidad ontológica real en la que se conjuga lo físico-corpóreo, la materialidad del Mundo con la que se construyen mercancías y que estudia la Economía Política; lo psicológico, como afirmó en la 2ª Tesis sobre Feuerbach, criticando el corporeísmo del materialismo de Feuerbach y otros, y su nula toma en consideración de lo subjetivo o subjetual; y lo lógico-abstracto, dimensión en que se conforman las categorías económicas, como el valor y el plusvalor.

Curiosamente, estas dimensiones coinciden con los tres géneros de materialidad de Bueno que presentó en «Ensayos materialistas». El Ego Trascendental, lejos de ser un mero cartógrafo de mapas filosóficos como Bueno acabó asegurando, es el sujeto de la praxis de Marx, un demiurgo que conecta el Universo con el Ser Material Trascendental (la materia ontológico-general en Bueno), cuya praxis política solo le puede llevar a la realización de la filosofía en el socialismo y el comunismo. Para ello, debe tomar el poder, instaurar la dictadura del proletariado y construir una sociedad en la que ya sea imposible volver a estadios anteriores al socialismo. No hay teleología aquí, sino finalidad.

Ese proyecto es incompatible con Kant, que es el filósofo de la democracia universal, del mercado capitalista global, a través de la paz perpetua. Kant es el filósofo de las Naciones Unidas, de la Unión Europea. No así Marx. Aparte, si la realización de la filosofía conlleva el fin del capitalismo, la propuesta de Sacristán en «El lugar de la filosofía en los estudios superiores» solo la puedo calificar de antimarxista. Su guetización de la filosofía, fuera de la Academia formal universitaria, que acaba también asumiendo Bueno en «El porvenir de la filosofía en las sociedades democráticas del presente», lleva a la imposibilidad de realización de la filosofía en sentido marxista, y menos aún a la implantación política de la filosofía en las sociedades de mercado pletórico capitalista.

Es imposible implantar dicha filosofía materialista en el capitalismo, porque solo puede implantarse realmente desde el poder del Estado. Al final, Sacristán y Bueno coinciden en esto, pues para aquel la filosofía marxista acaba ejercida como contrapoder, y ya está, lo que le coloca en la posición de la izquierda indefinida. Y para Bueno, su materialismo filosófico se implanta estromáticamente, es decir, por el mero ejercicio de dicha filosofía a través de instituciones antes privadas que públicas que puedan influir en la sociedad mientras reducen la Realidad a una cartografía. La filosofía de Marx entiende que la implantación política de la filosofía materialista solo puede hacerse desde el poder, y su realización solo puede ocurrir una vez extinguido el proletariado, que no es clase universal atributiva pues está distribuido en Estados, aunque haya momentos mixtos de conexión internacional por cuestiones geopolíticas, científicas y tecnológicas, también comerciales.

Esta es la razón de por qué, todavía, aún caída la Unión Soviética, Marx sigue vigente con todo su potencial: porque la realización de su filosofía no depende, solo de la Unión Soviética. Y creo que esta dependencia de lo soviético es lo que ha llevado tanto a la hegemonía actual de la izquierda indefinida, en la que han confluido los restos del naufragio de la URSS, como a la posición cartográfica del buenismo, ya que cada día la escuela se parece más a los cartógrafos que describió Jorge Luis Borges en «Del rigor en la ciencia», que conforman un mapamundi de un Imperio a escala de una milla por milla, es decir, del mismo tamaño que el Imperio. El mapa se vuelve inútil, pues no sirve para moverse por el Imperio, y acaban sus restos habitados por animales y mendigos. En el fondo, esa es la posición filosófica tanto de Bueno como de Sacristán, si bien en Bueno, en su desarrollo de la idea de producción de Marx (que no es mera fabricación) hay un potencial político revolucionario apabullante.

 


La segunda parte de la entrevista aquí

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