The Lobster/Langosta: unas líneas

Un breve análisis de Lobster en clave política y filosófica. Para desentrañar lo que esconde, lo que aclara y sus límites.

 

En ocasiones da la sensación que, cuanto más distópico es un filme, más política contiene; es decir, que trasciende con mayor facilidad nuestra realidad. The Lobster es el caso. En unas líneas pretendo esclarecer mis opiniones sobre lo visto y dejar escrito lo pensado. Si partimos de la sinopsis, nos daremos cuenta que no es una película al uso: Lanthimos y Philippou se inventan un mundo, a nivel estético idéntico al nuestro – pasando por alto que conduzcan por la izquierda de la calzada – pero donde solteros son perseguidos y aniquilados. Cuando las personas enviudan o se separan han de ingresar en un hotel horrendo, de aspecto casi carcelario, donde se fuerza al paciente/cliente a enamorarse de por vida con los demás parias. El humor que rescatan tanto los guionistas como el trabajo de dirección y fotografía es delicioso, primero porque es muy negro y segundo, porque nos deja ver una clave para entender la película: el amor distópico necesita del engaño y de la mentira para escapar la muerte que promueve el panóptico que supone el sistema de control social que se ejerce tanto en el hotel como en la ciudad.

Creo que lo fundamental para abordar esta película es la ontología que adopta; se trata de algo completamente religioso, donde se otorga un fin al ser humano, un fin que como individuo no ha podido escoger y que como sociedad tampoco se ha asumido ni consensuado: amar y casarse. Por un miedo -quasi patológico – a la soledad. Por tanto, casi por una lógica sistémica, la finalidad de la sociedad y el control provienen de la misma fuente.

Otra cuestión interesante que dibuja el filme es la dicotomía entre ciudad y hotel. El hotel, con la intención de convertir al proceso de enamoramiento completamente aséptico, se aleja de la ciudad, el lugar donde ese enamoramiento es un distintivo de adecuación a la norma. En este punto es cuando empecé a entender que la película podría ser parte de una carta perdida que escribió Foucault en sus años de juventud cuando internó en el Hospital de Sainte-Anne después de intentar suicidarse. El hotel es una cárcel para los anormales. En el libro que recoge la manera con la que medicina psiquiátrica y la justicia han ido de la mano en la gestión de la anormalidad es Los Anormales de Foucault y parece que esta película sea una adaptación de las primeras clases transcritas.

Sin pasar por alto los espectáculos en el salón de actos que realizan el personal y los dueños demostrando el interés y lo adecuado de estar en pareja: una mujer sola puede ser violada, un hombre solo cuando come puede atragantarse, etc. La clave de la unión entre personas es el hecho de compartir un defecto físico palpable o psíquico. Esto se ve con el amigo que hace el protagonista, un cojo, que más tarde fingirá tener sangrados espontáneos de nariz para acercarse a una mujer que acaece de lo mismo. Se trata, efectivamente, de una de las técnicas de normalización de las que habla Foucault, es decir, un proceso por el cual, sabiendo de la poca posibilidad de que estos puedan compartir una vida con alguien físicamente bien, se juntan con semejantes.

El final no soluciona esta cuestión, pues el grupo alterno, los solteros sin remedio que evitan el contacto humano y controlan de igual manera pero desde la soledad, realizan las mismas prácticas normalizadoras, véase: distanciar e individualizar.

Hace unos días decía por Twitter que Lobster sería la película perfecta para Foucault, no obstante, el filme guarda una serie de detalles que contienen gran cantidad de sentido político filosófico. En especial, por lo que hace a la definición y función del ser humano. Lo llamativo es referente al devenir de las personas cuando no cumplen su objetivo, cuando siguen solteros durante un tiempo limitado; pues son transformados en animales. No sé si por piedad o humanismo, se les otorga un último deseo, antes de desaparecer de su forma humana, para luego transformarlos en el animal de su voluntad. La directora, antes de convertir a una mujer, dice lo siguiente: «Yo le recomiendo que se pase el día leyendo un clásico».

Esto puede significar dos cosas: o partimos de la asunción que el deseo animal es desdeñable, menor al humano, y, que por tanto, es de naturaleza liberticida o bien que lo que ponen en práctica de normal en este mundo es inhumano, es decir animal. La primera es hegeliana, la segunda platónica.

El último detalle que es notorio es la ausencia de Estado. Como ente central de la política y de la sociedad, articulante de la totalidad o subordinado a la nada, un sistema como ese sujeto a una moral consensuada por todos, salvo los solteros marginales, no puede sostenerse sin una lógica legalista. Podríamos pensar que en el imaginario hollywoodiense es imposible representar a un Estado fuerte y capaz de articular un sistema legal estable, sin que parezca una dictadura. Creo, que la decisión de hacerlo así responde, por una lado, a una predefinición ideológica del aparato estatal por la ideología neoliberal pero también porque no palpar poder coercitivo refuerza la idea central del filme: es un sistema que nadie ha escogido pero que el consenso (pensemos en Gramsci) hace que se acepte.

 

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