Historias de una proleta: verano
Es verano. Estoy tomándome una birra mientras escribo esto, acabo de volver del curro de mierda al que tengo que ir todos los jodidos días.
Al menos este año tengo aire acondicionado aunque sigo sin poder irme de vacaciones. Soy de esa generación a la que nos habían prometido todo y solo hemos hecho que tragar mierda, pero bueno, eso ya lo sabéis, tampoco es que os haga un spoiler de la hostia. Estoy cansada de la gente que sube sus vacaciones a Instagram, las putas fotos de las playas del Tercer Mundo que son preciosas para los turistas, sí, pero a costa de meter a los desgraciados que les ha tocado vivir allí en una jodida verja para que no se mezclen con los turistas del Primer Mundo. No sé, no acabo de entender eso de meterte en un avión 10 horas para ir a la playa, o peor aún para hacerte fotos con niños negros –si te haces fotos con niños desconocidos en Barcelona te denuncian por pederasta, y me parece genial, sinceramente–. Supongo que preguntar dónde te has ido de vacaciones, de hecho, si te has podido ir o no de vacaciones ya es un indicador por sí mismo, es un detector fiable de gilipollas. Tal cual.
Volamos hasta LA, cogimos un jeep para ir a la baja California, deberías ir, de verdad, no sabes lo bien que se está por allí, qué playas, qué sitios tan bonitos, de hecho yo estoy por venderlo todo e irme allí a vivir, que envidia, de verdad. Bueno luego entramos en México y bajamos hasta el DF, por favor cuánta miseria, ¿esa gente no entiende que así no pueden seguir? Madre mía, si te contase lo de la droga, alucinarías. Allí se matan por las calles y a la gente le parece tan normal, es que no hay nada de orden, y claro así el turismo se resiente, porque te da miedo ir, ¿entiendes? Lo mismo que le paso a un matrimonio amigo de mis padres que fueron a Egipto y un grupo de esos terroristas que violan a las mujeres, y que los comunistas siempre apoyan, secuestró el autobús, no te imaginas el miedo que pasaron… Total, que después nos fuimos a ver Chichén Itzá ya que pasábamos unos días en la Rivera Maya. Claro, claro, teníamos que aprovechar el mes de vacaciones a full que luego viene el invierno y la rutina te mata. No sé si te acuerdas de mi amigo, sí, ese que trabaja en una ONG y corre el triatlón ese de Ciudad del Cabo, claro, le gusta vivir experiencias nuevas y ahora está organizando ese viaje a Nepal que te conté. Bueno total que después estuvimos en Guatemala. Esa gente sí que está mal, por favor que vergüenza de país, menos mal que al hotel que fuimos estaba todo vallado y no podían pasar a 5 kilómetros a la redonda, normal que estén como están. ¿Ves los programas esos de la tele de las cárceles? Pues es mucho peor. Pero ya sabes, con un sueldo normalito de aquí allí puedes ir regalando hasta el dinero, mira ni me molesto en regatear con esa gente, pobres al menos si vamos y les dejamos algo pueden comer. Y ya sabes que a mí me preocupa la gente…
Me gustaría deciros que esta conversación no es real y es producto de las drogas, el calor y la mala hostia que se me pone de trabajar en verano, pero he sido lo más fiel posible al transcribir lo que un chico adulto, joven pero tampoco tanto, bien vestido y supongo que con un curro decente o hijo de papá, hablaba por teléfono, mientras iba en el metro. Escuché esta conversación de casualidad, justo se me había acabado la batería del Ipod y no pude refugiarme en mi particular universo de Patti Smith y ruido de Nirvana. ¿Qué hacemos con esta gente? Como chica del extrarradio barcelonés, que ha crecido entre el caluroso asfalto del verano en el barrio, las piscinas abarrotadas, las playas de la ciudad y el pueblo en agosto, nunca podré sentir empatía por esta gente. El destino de las vacaciones también es lucha de clases, no os engañéis. Aunque me tengáis puesta en el Olimpo de las posmoprogres de Twitter y una infantiloide en las redes sociales, creo que tengo al enemigo bien claro. Aquel que pensándose un pobretón de mierda, o alguien con un trabajo decente, que no se esfuerza demasiado y recibe un buen sueldo por ello –como a todos y todas nos debería pasar– decide ir a gastarse las pelas a un país de mala muerte, inflar su ego y pensar que bien le va la vida con las migajas que deciden los de arriba tirarnos y luego compartir su decadencia moral a través de esa aplicación que fomenta el narcisismo colectivo como es Instagram.
¿Donde han quedado esos veranos a lo Manolito gafotas? Tus padres trabajando, tú matando el tiempo como podías, en el barrio, más aburrido que nunca, saliendo con tus amigos sin saber qué hacer, porque en los barrios de la periferia nunca hay mucho que hacer, sin mucha pasta para ir al cine todos los días –tampoco es que hubiera una peli que ver cada tarde–, sin poder irte al centro, por mocosa o porque estaba jodidamente lejos. Y ya si eres tía mucho peor, no es que me salga la vena feminazi ahora, es que realmente las mujeres siempre las pasamos putas y si vosotros tenéis la vida en dificultad normal –sois pobres y hombres, de “Primer Mundo” – nosotras tenemos el juego en levelgod. Quedar con chicos para matar el tiempo ya resultaba un peligro, incluso aunque fueses al parque, nunca sabías como de perturbado podía estar el chaval o cuántas pelis porno había visto ya, por no hablar de los incómodos momentos cuando te metías con un puto adolescente en la playa. Eso da para una serie de muchas temporadas en Netflix, las que lo habéis vivido sabéis de lo que hablo.
Años después de todos esos entrañables veranos –recordándolos desde el presente, sintiendo nostalgia ahora, porque por nada del mundo me gustaría volver a vivirlos– vinieron estos más jodidos. Hemos crecido, incluso la uni o los primeros curros ya son historia, algunas y algunos ya tenemos el tope del paro acumulado, los que siguen estudiando ya se han cambiado 3 veces de carrera y los chicos que nunca han salido del barrio ya se han jodido su vida por completo, después de años de juicios cada mes y de haberse fumado toda la hierba del mundo. El verano para muchos sigue siendo un calvario, aunque ganemos algo de pasta nunca es suficiente para poder escapar mucho tiempo de esta jungla de asfalto, siempre es necesario para rellenar huecos de otros planes más importantes, o escaparnos 4 días a una ciudad hipermasificada europea llena de turistas, o en la mejor de las ocasiones poder bajar a Marruecos y que tu padre al contárselo te diga que está llena de moros maleducados y que muy feminista no seré si voy a que me obliguen a ponerme el velo y que me violen. Eso es la normalidad para nuestra clase. Las birras en la playa, si vives en una ciudad de costa, el café a las 4 de la tarde en el bar de la piscina del pueblo –esos pueblos de mala muerte castellanos donde el sol arde más que en el jodido infierno– o una terracita con los colegas, o la pareja y unas tapas. La vida es poco más.
También os podría hablar del hiperconsumo y estandarización de la música en todos estos macrofestivales que se han extendido como la puta peste. Sé de muchos de mis amigos que ahorran durante meses y se gastan la mitad del sueldo para poder ir a escuchar a los mismos grupos de cada año, otro verano más, cada vez a precios más altos y los sitios mucho más abarrotados. Desde hace algunos años decidí que no me iba a dejar tomar el pelo de esa forma, pagando a precio de caviar grupos de mierda que tampoco tienen un directo de la hostia, y que vienen a Barcelona 4 veces al año. Total, que cada vez pagamos más por la misma mierda de siempre, la música es una basura –espera, ¿esto no lo dijo Sócrates ya?– y encima tenemos que aguantar a los cuñados que le rezan a Amancio Ortega, ese empresario hecho a sí mismo a base de explotar a los trabajadores del sudeste asiático y evadir impuestos, que te dicen que no seas tan radical que si el agua con azúcar a alguien le funciona porque le vienes a molestar tú y que se creen progresistas por votar a Albert Rivera, ese que dice que las dictaduras traen cierto orden y paz. Pues eso, que os vaya bonito el verano mientras seguimos currando y nos siguen jodiendo como siempre. Pero por favor, a nadie le importa a dónde coño habéis ido este verano ni con cuántos niños subsaharianos os habéis hecho fotos, ¿capito?