Precaridad tradicional en el mundo 2.0 del MWC
De cómo el empleo generado en el Mobile World Congress (MWC) es, paradójicamente, la antítesis de la precarización digital del modelo «Deliveroo».
Aprovechando que esta semana ha sido el Mobile World Congress Barcelona 2019 (en adelante MWC), y aprovechando también las reinvidicaciones de los «riders» de Deliveroo por la precarización laboral que suponen plataformas de este tipo, es adecuado que tracemos un análisis de las condiciones económicas en que se desarrollan ambos conceptos.
Empecemos, irónicamente, por lo más nuevo. Los trabajos realizados bajo la marca del falso autónomo en lo que se ha venido denominando la «Gig Economy» han sido denunciados, una y otra vez, como una precarización de las condiciones laborales que, en teoría, ya poseen los trabajadores comunes. Sin menospreciar otros análisis más concienzudos al respecto como este en New Statesman, creo que dos son los factores a partir de los cuáles surgen este tipo de relaciones, muy al pesar de las multinacionales, de carácter puramente laboral, esto es, dependiente.
El primero podría descifrarse desde la coyuntura neoliberal mundial: el marco consensuado del «Estado de Bienestar», fruto de las políticas de los años 50 y 60, se rompe en mil pedazos a partir del Chile de Pinochet, la Norte América de Reagan y el Reino Unido de Thatcher. Sin embargo, ese marco legal de derechos laborales no se demuele, no se tira por los suelos. Aunque quién escribe tiene sus dudas, tirar por la borda los derechos laborales conquistados por las clases populares en Occidente supondría una oleada de protestas que, a la luz de los movimientos consecuencia de la última crisis económica, pondría las cosas más difíciles a aquéllos en la cúspide del sistema económico.
Y aunque no fuera así, ¿por qué molestarse a hacer pesadas reformas laborales, a derogaciones de derechos dados por inamovibles por la clase trabajadora actual? Ha habido reformas, pero no han sido tan profundas como para arrancar, al menos en Europa, todas las piedras del edificio que la socialdemocracia construyó hace más de 60 años. Las viejas, y también nuevas, clases dominantes prefieren explotar una figura que ya existía en todas las legislaciones laborales del mundo: la del autónomo.
Esta institución entendida con el contenido del que ha sido dotada en estos albores del s. XXI, junto con la creación de ETTs, han permitido una precarización no ya solo en cuanto a regularidad de los ingresos económicos por parte de los conceptualmente trabajadores, sino también del espacio de tiempo durante el cual reciben esos ingresos. Estas figuras, o bien rellenadas con mala fe de contenido ajeno a la intención legislativa como es el caso de los falsos autónomos en las apps estilo Deliveroo (ya hay sentencia declarándolos como tales) o bien concebidas como una forma estable de ingreso cuando no han sido diseñadas para ello (ETT), permiten una precarización mucho más profunda de las condiciones de vida de los trabajadores, pues no es sólo el salario lo que se ve reducido sino la capacidad de organización por parte de las clases populares que se ganan el pan de esa forma; con ello, la fuerza colectiva de los trabajadores se ve mermada en esos sectores, cada vez menos específicos y menos raros.
El segundo es el factor digital, y la capacidad de Internet para eliminar el intermediario, esto es, la figura del distribuidor, del proveedor, del gerente… En definitiva, de las clases medias subordinadas al gran capital de manera directa, y de la pequeña burguesía de manera indirecta, al no poder ésta competir con las grandes multinacionales detrás de las apps de moda. Ese pequeño dueño de los medios de producción, como el taxista, no tiene otra que enfrentarse a las multinacionales con una opinión pública claramente en contra (como explicábamos aquí) o apagar el taxímetro.
Todo ello se nos vende como el progreso, como el futuro. Y la cumbre máxima de ese futuro se encontraba durante esta semana en Barcelona, en el MWC19. Más allá de su nombre -Mobile-, de lo que estamos hablando es de un hub donde se dan cita las empresas tecnológicas más punteras del planeta, en busca de vender y comprar lo que reventará el mercado el próximo año.
Para garantizar el bienestar de esa horda de ricos, un ejército de trabajos temporales esclavos y mal pagados es movilizado puntualmente para atender todas sus necesidades, desde repartirles revistas y cerveza gratis hasta darles su acreditación conforme han pagado 799 euros de entrada -la más barata-. En esta bacanal de tecnología chapada en oro, los artífices del progreso tecnológico ponen trabas, una vez más, al progreso social al no cumplir con las legislaciones laborales del país, haciendo desaparecer convenios laborales (como el de azafata de tierra) más rápidamente que un mensaje de Whatsapp enviado por 5G. ¿Ejemplos? Jornadas de 15h durante tres días seguidos, Las indemnizaciones especificadas por convenio ni se huelen, los pluses de nocturnidad y uniforme no existen, y el contrato por excelencia es el eventual, aunque el art. 37 del convenio catalán señale que es excepcional y se deberá primar otro tipo más beneficioso para el trabajador.
Esto, en sí, no es sólo culpa de la organización del MWC, sino también de sus subcontrataciones. No vamos a hablar ya de las grandes plusvalías que se llevan los intermediarios, wannabes de ETT (otra vez la doblez en el cumplimiento de las leyes antes que la derogación flagrante), pagándose entre 25 y 36 euros por trabajador por hora y recibiendo este entre 7 y 8 euros/hora en los puestos más bajos (e inmensamente mayoritarios); en vez de ello hablemos de las connivencias de los sindicatos principales y de las autoridades públicas, permitiendo estos hechos en pos de la ingente cantidad de dinero que se dejan los gurús/ coachers/ entrepreneurs/ empresarios/ startuperos varios y del prestigio internacional.
Irónicamente los líderes y, no nos olvidemos, accionistas, de las grandes empresas que forman parte de la Gig Economy y que van al MWC son los primeros en requerir, indirectamente, la presencia de toda esa masa laboral precarizada y a su servicio. Mientras argumentan la condición de autónomo de sus empleados, el progreso que supone que tu jefe sea una app con una pestañita de reclamaciones como todo buzón de queja y los sueldos de miseria, siguen consumiendo el mismo tipo de trabajo que han consumido tradicionalmente las clases dominantes, esto es, el servicio, la asistencia.
Mientras en sus modelos empresariales la precariedad es norma, en su forma de vivir también ésta florece. Al final, las clases dominantes son las clases dominantes, vayan en carruaje o en Tesla, tengan telégrafo o 5G, y requieren de toda una plétora de seres humanos a su servicio. Las entradas que pagan con total libertad suponen, como mínimo, dos sueldos ganados por dos azafatas de tierra durante todo lo que dura el congreso cada año, y es por ello que Barcelona les extiende la alfombra roja y permite que la precariedad, tan antigua como el hambre, siga vigente. Sin Wi-Fi y sin móviles plegables, explotación pura y dura al servicio del capital. ¿Seguro que la tecnología ha mejorado las relaciones económicas?
Quizás, como buena colonia/país de camareros que somos, el Mobile World Congress deba seguir en Barcelona para siempre. O al menos hasta que los echemos.