¿Está Facebook en declive?
Cuando Facebook vió la luz en el ya lejano 2004 supuso una solución creativa y tremendamente cargada de futuro al colapso del mundo blogger. El advenimiento de la Web 2.0 en los primeros años del presente siglo había creado una auténtica pléyade de francotiradores armados con su propio blog y convencidos de su capacidad para influir en la opinión pública gracias a las nuevas tecnologías. No había poca razón en ello, pero las cosas resultaron ser mucho más complejas de lo esperado. La llamada Web 2.0 no era, en realidad, una innovación radical provocada por alguna renovación o implementación del código en el que operaba la web. Simplemente fue el resultado de apreciar el valor que un recurso ya antiguo, los formularios, tenía de hecho. Si el usuario rellenaba un campo en el que pudiera expresar sus opiniones y este, al ser enviado, se visualizaba en su propia página, el resultado era un medio interactivo y no unidireccional como hasta entonces habían sido las páginas de la Web fundacional. Con el tiempo se añadieron otros recursos que permitían a otros usuarios puntuar, comentar o recomendar dichos contenidos -posts- dando lugar así a la revolución blogger.
Del mismo modo que la Web 2.0 no fue una revolución tecnológica, sino más bien sociológica, el surgimiento de Facebook supuso una solución eficiente al colapso que el mundo blogger estaba experimentando en los primeros años del presente siglo. Para entender este punto tendremos que hablar de la economía de las Redes. Por tal no debe entenderse la forma en que estas obtienen beneficios dinerarios por su actividad, ese es otro asunto. Me refiero más bien al sutil equilibrio que los usuarios de estas redes mantienen a la hora de invertir su tiempo de permanencia en dichas plataformas. Pueden ver los contenidos de otros e interactuar con ellos o pueden invertirlo en crear sus propias contribuciones a la espera de respuestas, favorables en el mejor de los casos. Lo que un usuario busca cuando genera contenido es, no se olvide, una respuesta, una interacción. Si esta no se produce, su incentivo para publicar se verá disminuido. Pero para que se produzcan interacciones, los usuarios tienen que gastar parte de su tiempo activo, que es un capital limitado, en consultar los contenidos producidos por otros y no solo en generar los suyos. Si todos gastan su tiempo disponible en generar contenidos propios la interacción con los demás se verá mermada, desincentivando a los demás a generar nuevos contenidos. Si, finalmente, estos disminuyen por unidad de tiempo, el interés de la Red decaerá y ésta entrará en crisis.
Eso y no otra cosa fue lo que hizo que el mundo blogger quebrara a mediados de la primera década de este siglo. Todos empleaban todo su tiempo en su propio contenido, en sus propias opiniones y ambiciones. No queda nada para los demás. Facebook supo entender bien este problema. Y su invento definitivo fue su famoso muro. De esta forma las opiniones de los demás era expuestas de forma inmediata al criterio de los otros facilitando una interacción que todos anhelaban de forma obvia. ¿Puede estar Facebook padeciendo un problema similar al que en su día hizo que los blogs perdieran su impulso?
Su inmensa popularidad y su sencillez de manejo ha ido atrayendo cada vez a más usuarios tecnológicamente pasivos que, no obstante, encontraban grandes oportunidades en términos de visibilidad y reconocimiento. Pero desde hace ya algún tiempo es más que evidente que muchos usuarios no encuentran la respuesta adecuada. Han podido constatar en sus propias carnes el hecho de que el alcance global de Facebook no garantiza una audiencia activa. Solo expone sus contenidos a los demás, lo que de suyo no siempre tiene el efecto deseado, manifestándose en ocasiones en contra de sus propios intereses. Se ha desatado una guerra por el like que no siempre es fácil de seguir, que exige dedicación, inventiva y con frecuencia falta de escrúpulos. ¿Merece la pena?
Con el tiempo, parece que las propias limitaciones del mundo blogger se rearman dentro de lo que fue su principal antagonista. Los egos que pugnan por la atención pública, por convertirse en focos de opinión, se multiplican extendiendo comportamientos poco proclives a interactuar con contenidos ajenos. De esta forma la masa global de reconocimiento, el capital real de Facebook, se ve disminuido drásticamente hasta convertirse en un bien escaso que cada vez menos obtienen. En este escenario es fácil comprobar la forma en que contenidos más propios de la prensa se cuelan por doquier generando interacciones igualmente complejas que con frecuencia quedan sin respuesta por parte del autor original. En el otro extremo, podemos también encontrar contenidos absurdos en forma de retos virales que carecen del más mínimo interés, exhibiciones de poder, estilo o gusto, del más dudoso, llenan los espacios generando un equilibrio cada vez más inestable.
El repaso diario de los perfiles que forman nuestros muros muestra cada vez menos novedades, y muchas de las que nos llegan son más bien versiones gráficas de noticias que antes anegaban nuestro correo. Simples informaciones sin pretensión de comentario. Es en este sentido que pienso que el momento le está llegando a Facebook, su economía está en riesgo, y a estas alturas muchos lo saben. Creo que los próximos años coronarán otras casas y tronos con movimientos que, una vez más, serán fruto de la sociología mucho más que de la propia tecnología.
Por Enrique Alonso