Review de un señoro a "El patriarcado del salario", de Silvia Federici
Reseña sobre el libro «El patriarcado del salario», que reclama la remuneración del trabajo doméstico como empoderamiento femenino.
Estamos ante una compilación de artículos excelentes que tratan la relación entre clase y feminismo, desde una óptica diferente a la que podría encontrarse en «La trampa de la diversidad: de cómo el neoliberalismo fragmentó la identidad de la clase trabajadora» (aquí la entrevista al autor, Daniel Bernabé). Esta óptica, como no puede ser de otra manera, es la de las mujeres que levantaron su voz en los 70: Silvia Federici figura como la autora principal, pero no se olvida de mencionar a las compañeras que colaboraron con ella a nivel intelectual y político para dar a luz semejante cañonazo a la línea de flotación del patriarcado en su vertiente socioeconómica.
Una de las primeras conclusiones que se pueden sacar es, como ella misma se encarga de señalar, que el capitalismo «genera dos cadenas de montaje» -me encanta la expresión- en vez de sólo una. Hasta ahora, los filósofos marxistas sólo habían contemplado una: la de la producción fabril, eventualmente transformada en sector servicios; la del producto, la fuerza de trabajo, el salario, el obrero sudoroso y el patrón de mientas sin despeinarse.
El logro de Federici es señalar y evidenciar -correctamente, a mi entender- que hay una cara oculta en la afirmación «el capitalismo proporciona a la clase obrera los medios para sobrevivir y reproducirse», por la que tales intelectuales han pasado de puntillas. En efecto, la reproducción, o el trabajo de reproducción de la fuerza de trabajo lista para el mercado de trabajo, encarna toda una labor sin remunerar que llevan a cabo las mujeres. He usado el término «labor» en vez de trabajo porque no he podido evitar relacionarlo con el concepto de «laborar» arendtiano, que es aquél que hacen los individuos de forma mecánica y para cubrir sus necesidades básicas. Ese trabajo de cuidados, de mantenimiento de la vida, de reproducción del capital llevado a cabo por mujeres anónimas, puede encajar perfectamente en la definición de la filósofa.
Entonces tenemos que ese trabajo no remunerado existe, sin lugar a dudas. Este trabajo, como toda actividad, genera un coste en horas, en energía, que lo asume la familia nuclear y en concreto la mujer de clase trabajadora. Al ser una actividad fuera del mercado, sufre un proceso de naturalización, es decir: se toma como evidencia casi científica el hecho de que las mujeres estén destinadas a este tipo de actividad, a esta cadena de montaje. Además, la falta de remuneración ligada a la no presencia en el mercado de esta actividad no sólo crea dependencia respecto al hombre y su salario -de ahí el «patriarcado del salario«-, sino que genera invisibilidad, y muchas veces estigmatización, más allá de las evidentes relaciones de dominación que genera.
Sin embargo, según lo entiendo yo es posible que la autora peque de transversalidad –aunque luego matiza con notas secundarias. Las clases medias y altas suelen contratar asistent-a-s para eliminar ese trabajo de cuidados de su apretada agenda. De hecho, es un consumo clásico de clase media aspiracional. El dinero, por lo tanto, la clase, puede librarte del laborar, del trabajo de cuidados, del trabajo de reproducción entendido más allá del parto -que ahora también se vende en formato vientre de alquiler-, y prescindir de horas de actividad no remunerada. Patricia Botín no friega la cocina. A respecto, dejo el artículo que escribí sobre la problemática específica de las «kellys».
Otro de los elementos fundamentales de su crítica desde el marximo-feminismo se dirige certeramente a la familia, y concretamente a la familia de carácter nuclear. Federici entiende que es ésta una institución social creada por el capital y para el capital, a partir de la necesidad de obtener mano de obra cualificada y aumentar la esperanza de los trabajadores, o lo que es o mismo, la rentabilidad de la compra de fuerza de trabajo por el capitalista.
La familia en sí, señala Federici, ha institucionalizado el trabajo no remunerado de las mujeres que se dedican a tareas domésticas en el ámbito de la vida privada. Pero no sólo su constitución supone cadenas, sino su glorificación, es decir, como la superestructura cultural condiciona que se forme la familia nuclear de origen capitalista por tal de conseguir fuerza de trabajo, por un lado, y reproducción de la fuerza de trabajo, por el otro.
La solución según la autora pasa por la remuneración del trabajo doméstico, en vez de la demanda izquierdista de integración en el mercado productivo, esto es, la fábrica, la empresa. Esto ha de permitir que las mujeres abandonen su esclavitud, su vasallaje feudal dependiente respecto al hombre que sí trae el salario. Es en ese momento en que las mujeres, como parte del mercado, pueden reivindicar sus puestos de trabajo -remunerado- y efectuar demandas que, de otra forma, caen en el olvido de la vida doméstica.
Por lo tanto, hay un claro llamado a evitar la doble jornada: explotación en el trabajo remunerado, el que se halla en el mercado de trabajo, y en casa, la explotación doméstica no remunerada fruto de las necesidades de «labor» que surgen en el seno de toda convivencia, supervivencia y, en definitiva, reproducción de la fuerza de trabajo a nivel generacional. Explica así la autora porqué los hombres no suelen coger jornada parcial para atender a sus hijos o porque las mujeres prefieren, estadísticamente, trabajos menos absorbentes y por lo tanto progresan menos en sus carreras y cobran menos.
Imaginémoslo: una remuneración efectiva del trabajo doméstico permite dos cosas: la independencia económica de las amas de casa (en femenino, dado que generalmente son mujeres) -como señala la autora- y además una valoración real, económica, del trabajo de reproducción de la fuerza de trabajo. Parte del machismo reinante, sino todo de forma indirecta, proviene de la infraestructura económica: las mujeres no tienen sueldo o tienen un sueldo más bajo, lo que no les permite estar al mismo nivel de consumo que su contraparte masculina y a su vez las obliga, por influjo cultural y por practicidad, a reproducir el esquema de la familia nuclear capitalista.
Una valoración en salario del trabajo doméstico -equiparable al sueldo de mercado de e.g. un camarero- abriría ese nicho de mercado también a los hombres: ya tienen el permiso para entrar, pero hay un elemento cultural de bread-winner en la superestructura cultural que muchas veces provoca que los hombres no se dediquen, en su mayoría, a este tipo de trabajo no remunerado. La inclusión de los hombres en ese mercado laboral provocaría que las mujeres no se vieran obligadas a realizarlo si prefieren tener un trabajo remunerado en el mercado laboral clásico, y a la vez reduciría -en mi opinión- el estigma sociocultural que acarrea el hecho de realizar trabajo doméstico.
Como dice Federici, «la demanda de salario es un claro rechazo a aceptar nuestro trabajo como un destino biológico, condición necesaria -este rechazo- para empezar a rebelarnos contra él». Quizás para que las mujeres tengan la independencia suficiente para decidir si trabajar en casa o fuera sea necesario instaurar el salario doméstico, como incentivo económico para los hombres y para alcanzar el fin de la marginalidad y la dependencia.
Finalmente, Federici apunta dos ideas más, igual de importantes: el ecofeminismo, donde clama por desechar la idea marxista de que el Hombre domina la naturaleza -de hecho, la Historia empezaría en ese punto- y que ésta tiene un carácter simbólicamente femenino, y la segunda, como la creación de la familia nuclear proletaria en el s.XIX creó una diferencia entre mujeres buenas -amas de casa, sin remuneración- y las mujeres malas –prostitutas sin cargas y con trabajo remunerado-. Si bien considero que en la primera afirmación Federici está cargándose de un plumazo el materialismo histórico, y que no es más que un residuo intelectual de la época hippie -¿por qué no íbamos a dominar la naturaleza en la medida de nuestras posibilidades, si es lo que toda especie intenta para sobrevivir?-, la segunda me parece una posición muy acertada: la idea de diferenciar, clasificar y estigmatizar dentro de un mismo grupo, en pos del control y la disciplina, no deja de recordarme a Foucault.
En conclusión, aunque no acabe de estar de acuerdo con todo lo que expone Federici, es un libro que ha abierto el camino para replantear las categorías marxistas y la dialéctica del capital-trabajo -al menos, personalmente.