Review de La La Land: Chazelle, ese pérfido hijo de puta.
Review sobre la película La La Land, y cómo rompe con todas las reglas cinematográficas establecidas. Chazelle, ese pérfido hijo de puta.
Hace poco, volvía a ver La La Land o la Ciudad de las Estrellas o City of Stars, da lo mismo. Ya me había parecido una obra maestra cuando tuve la oportunidad de descubrirla en el cine, salí con la sensación de haber visto un peliculón que te marca de por vida pero que lo esencial de su genialidad se escapaba a los ojos de la gran parte del público. Quizás porque el mensaje que envía es difuso, intencionadamente, o porque el gran público del siglo XXI se niega a ver esta esencia.
También, y como suelo hacer con cada película que disfruto, voy a la red a ojear opiniones de gente como yo. Me dirijo a ellas a través de los podcasts o de videos de Youtube en formato tertulia, para ver como se trata el filme. Una de las opiniones que más me interesó fue la de Arturo González Campos en un podcasts o tertulia habitual que disfruto: Cinemascopazo. En este programa, se exponía la idea de que La La Land era una película terriblemente punki o antisistema pero que, sin embargo, la gente la había visto como una oda a la vida.
Por lo que tenemos más a mano, y lo que nos enseñan las películas de Cuatro y La Sexta de por la tarde, en el cine cualquier relación de amor que surja entre dos personajes tiene que acabar bien, por narices, por nuestra satisfacción, pero sobre todo por el éxito de la película. Todos conocemos largometrajes que acaban con desgracias personales y con la irreconciabilidad del amor que inauguraba la trama, por ejemplo: Romeo y Julieta. Aunque, el conflicto resultante de la imposibilidad de un amor hace de la muerte un escape necesario y que reconcilia a la trama frente a la conocida “eternidad del amor”, conlleva, por tanto, entender que el fin es feliz, en relación con la penitencia que supone la vida y la imposibilidad que se ha dado del amor. Es decir, que para entender lo que quiere el público, hemos de descartar, al menos a la mayor, que la muerte y el amor en cine, sean elementos antagónicos, todo lo contrario, en ocasiones convergen. Existe un monstruo antagónico mayor: lo mierda que es la vida.
El cine, por tanto, como máquina capaz de llegar a cualquier rincón del mundo con unos cuantos millones de dólares, necesita construir conflictos y antagonismos, sino no funciona. Esto supone la aceptación que la vida es una lucha constante. Un axioma que está en nuestras sociedades desde hace mucho tiempo. Un enunciado protocristiano recuperado por las tradiciones religiosas del Libro que ha definido y construido la estructura cognitiva de nuestras sociedades. Tanto que ha sido el eje central de otras tradiciones de pensamiento rompedoras con la hegemonía cristiana y liberal, tales como el fascismo o el comunismo.
En La La Land se construye el siguiente antagonismo: la vida real frente a lo que queremos hacer con la vida real pero transportado a nosotros gracias al lenguaje cinematográfico. Esto significa al menos dos cosas: 1) que lo que queremos hacer con la vida real sea tangible, véase realizable y 2) que la vida real sea peor para el espectador y para el personaje cuando se plantea el conflicto. En otras palabras, el cine, como decía Slovski no confabula con palabras o sentimientos, como sí lo hace la literatura, el cine trata, deforma y se embarra con los objetos reales. Tan reales como la Vida.
¿Por qué La La Land es algo tan sumamente punki?
Porque rompe con las reglas del cine, doblemente. Primero porque las dos reglas que hemos anunciado se subvierten, es decir, que Chazelle las pisa y las escupe. Y segundo, porque el objeto último de la voluntad de Chazelle no es la Vida en sí, sino la Obra cinematográfica como estructura superior y grandilocuente frente a la pequeñez de un mero argumento y unos cuantos personajes.
Partiendo del primer punto, la historia, el antagonismo que construye la historia. Hemos dicho que para que fuera cinematográficamente aceptable, debía ser verdaderamente aceptable y tangible. Chazelle nos da esa píldora, nótese mi intención de relacionarlo con Mátrix, la píldora de la tangibilidad, en un primer momento parece que la posibilidad de reconciliar los sueños de Mia y Sebastian es alcanzable, pero no es así. La ecuación que comprende el éxito de Sebastian, el de Mía y un lazo amoroso que les ata entre ellos da negativo. Lo único tangible es que por separado sí que funciona, pero cinematográficamente es insignificante porque nos deja con ese nudo en la garganta de que algo no nos ha gustado y que pagamos despotricando sobre la película. Para que se dé esta ecuación, como vemos hacia el tercer tercio de la película, la esencia de sus
sueños, es decir lo que quieren hacer con lo que han hecho de ellos (Sartre), se ve reducida a polvo. Uno tiene que ceder, provocando, pues, que haya un sueño que vale más la pena que el otro. Dándonos pie a nosotros a pensar en cual es mejor o peor: Sebastian tiene talento, pero ninguna iniciativa y Mía tiene iniciativa, pero la maquinaria de Hollywood le silencia su talento artístico.
Por otro lado, vemos que la consecución de sus sueños no les vuelve completamente felices. El final es demoledor. Chazelle es el Morpheus cinematográfico. Con que preferís quedaros: ¿una realidad que reduce los sueños a polvo pero que a primera vista parece un universo feliz o la consecución de tus sueños dentro de una levedad y una inconsistencia de la felicidad que no aparecen como tangibles a la vista? Pero no podemos escoger. La película es punki por nos deja con una última imagen precisa y buscada: es la píldora azul y has estado tragándola desde el minuto uno del plano secuencia de “It’s another day of sun” con el que empieza la película. Chazelle es pérfido. Hace de la sublimación del arte cinematográfico, un nudo en la garganta filosófico: hace de un musical (con
lo que técnicamente simboliza), una obra maestra del cine que pone en duda sus fundamentos argumentales. Su tratamiento del color y de los late-motivs en función del personaje, la construcción de los planos y de la imagen esconden detrás de ellos la posibilidad de destruir su utilidad en el cine.
La moraleja que podemos extraer es 100% política. Cuando Zizek hace la analogía entre los videojuegos y Matrix nos guía por un camino puramente político hacia la respuesta de qué escoger. Dice: “cuando una persona se presenta dentro de un videojuego como un devorador sexual y un asesino no es porque en realidad pueda ser una persona débil sino porque la sociedad, pone sobre esta persona las restricciones necesarias para que no lo sea, pudiendo serlo en lo más adentro de su ser.” Pasa lo mismo en La La Land: la realidad en lo más profundo y esencial es antisistémica y en contradicción con la apariencia con la que se muestra. Esto significa que el sistema económico no es el adecuado para que tu cumplas tus sueños, pues solo podrás cumplirlos en la medida que puedan ser remunerados. La conclusión a la que debemos llegar cuando vemos La La Land es que disfrutar y seguir vivo en el capitalismo es imposible. Tienes, pues, que renunciar constantemente.
Precisamente, por eso me encanta La La Land, a parte que técnicamente sea una absoluta obra maestra, argumentalmente es una patada en la entrepierna a Hollywood, pues es una bomba puesta en su interior a través de los mecanismos que lo hacen grande. Romper con las reglas del cine para acercar al cine a la realidad cotidiana de quien tiene que venderse en el mundo tangible en el que nos ha tocado vivir. Chazelle es pérfido porque nos arrastra a la realidad con las herramientas que nos alejan de ella.
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