Oprah 2020: el Trump negra
La vida es un constante camino hacia el futuro que implica la negación tanto del presente como del pasado remoto, una evolución. En 2016, Trump ganaba las elecciones para convertirse en el hombre más poderoso del mundo, y lo hizo gracias al voto del obrero blanco y desempleado. Su ascenso, el de una estrella de televisión y empresario de éxito conocido por sus excentricidades (como él mismo se define), supone la negación de Hillary Clinton, la candidata preferida del establishment tradicional.
La sociedad del fausto y el espectáculo, del momento, de la lucha por destacar, provocó hace un año y medio el encumbramiento de un megalómano. Y con él, el fin político de Hillary Clinton. Frente a la experiencia como Secretaria de Estado (2009-2013), como Primera Dama en la presidencia de Bill Clinton (1993-2001) y como senadora (de 2001 a 2009) de la sexagenaria lideresa, frente a la seriedad del establishment; frente a todo eso, ganó la electricidad de Trump y de lo políticamente incorrecto, concepto reivindicado hasta la saciedad por la Alt-Right. Frente a la necesidad de reformas, de hacer sacrificios, encontramos el populismo de Trump, con la creación de una alteridad (inmigrantes) cotidiana y enemiga para la empobrecida clase media y la agonizante clase trabajadora. La eliminación de esa alteridad que propone Trump se configura como la panacea a todos los males de la clase trabajadora americana; no es de extrañar el voto de las clases populares: no son tontos, son humanos.
Los demócratas, que llevaban años preparando el ascenso de Hillary Clinton a la presidencia del país más poderoso del mundo; que incluso lo vendían como una victoria del feminismo (del corporativo, claro), fueron estrepitosamente derrotados: todas las encuestas cayeron en saco roto el 8 de noviembre de 2016.
Pero en estos Globos de oro han descubierto su paladín para 2020, y lo más importante, el camino que hay que seguir en la sociedad de consumo para acumular poder político. Si Trump triunfa gracias a discursos populistas de cariz xenófobo, por excentricidades y por ser ejemplo de superación personal, nada mejor que una presentadora negra, empresaria y filantrópica para intentar arrebatarle la presidencia en 2020. Oprah Winfrey representa todo el liberalismo político maquillado y de cara amable, pero que no deja de ser la representación del sistema de opresión capitalista y la perpetuación de las clases sociales. Por muchos coches que regale, quienes hacen esos coches -los obreros blancos que han votado a Trump- ven una milésima parte del valor de uso de los mismos.
Cuando en 2004 Oprah prometía coches a todo el mundo, estaba creando un discurso positivo en la adversidad que supone el capitalismo para las clases populares. Cuando Trump construye la alteridad entorno al fenómeno migrante, lo acompaña de la construcción positiva según la cual los trabajadores blancos, los esforzados pater familias americanos, van a tener todo lo que necesitan para proveer a sus hogares, es decir, en un sistema con mercado laboral lo que promete el «empresario de éxito» es empleo estable. El bueno de Trump tan solo pide su voto. Y como Trump, en una posible candidatura «Oprah 2020» sólo tendrías que votar a Oprah Winfrey para tener un coche, aunque no te llegue el sueldo para pagar el alquiler.
Por lo tanto, esas emociones positivas que despierta la figura de Oprah, junto con el hecho de ser una mujer negra y a la vez élite social, económica y cultural en una sociedad desgarrada por el racismo institucional y social, hace que la progresía liberal se vuelque en una campaña que -ahora sí- pretende hacer llegar a una mujer al Despacho Oval. Y encima negra; la posmodernidad está vomitando arcoíris.
En definitiva, el sistema político americano se ha convertido en un concurso de popularidad, vinculado a la idea de meritocracia liberal -aparecer en los medios- y envuelto en discursos en positivo y en abstracto que esconden realidades más oscuras y complejas. Y eso demuestra una cosa: la Presidencia de Estados Unidos ya no se disputa entre candidatos preparados, sino entre actores del esperpento que nos apartan la vista de los consensos de la élite de Washington: el mantenimiento de una economía neoliberal basada en la depredación, tanto en el país más poderoso del mundo como en el exterior, en forma de imperialismo.
El capitalismo financiero o tardo-capitalismo se está degradando en el capitalismo mediático; por ello, la lucha por la hegemonía está más viva que nunca.
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