El desempleo y su papel en la conquista de Derechos

En la vida hay dos cosas seguras: la muerte y los impuestos. O al menos, eso decía Thomas Jefferson, uno de los padres de la Constitución Americana (1787).

Sin embargo, para un intelectual que ya podía ver los estragos que causaba el capitalismo en las clases trabajadoras, falta un concepto en esa lista: el paro.

En los inicios del liberalismo económico, Adam Smith sentaba cátedra sobre el sistema que se estaba desarrollando sociológicamente bajo la revolución industrial. Después del Crack del 29, vistos los fallos intrínsecos al capitalismo y los resultados que estos estaban creando en relación al paro, los liberales estadounidenses optaron por defender que la consecución del pleno empleo era una cuestión muy simple: con una bajada general de los salarios, la clase empresarial podría contratar a tantos trabajadores como existieran en el mercado.

Sin embargo, surge un error, consecuencia de la falta de una tercera variable en el esquema. Como señalaba Marx, el capitalismo provee a aquellos sujetos que intercambian su fuerza de trabajo en el mercado exclusivamente con lo que necesitan para sobrevivir y reproducirse (reproducir la fuerza de trabajo). Con una bajada general de los salarios, los trabajadores no tendrían para cubrir su propia subsistencia y por lo tanto la venta de la producción se resentiría en extremo, generando una crisis económica capitalista clásica.

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Por lo tanto, a la pregunta: ¿es necesaria la existencia de desempleo en capitalismo? Sí, lamentablemente. En la teoría marxista, debido al precio de la fuerza de trabajo mencionado anteriormente (supervivencia y reproducción), el paro no es ya un factor coyuntural, esporádico como pueden ser sus subidas y bajadas. El paro se configura pues como un elemento puramente estructural de la economía capitalista, un pilar insustituible de las relaciones de producción modernas.

Esto tiene un nombre: es lo que se conoce como ejército industrial de reserva, o en otras palabras, la marginación periódica de cierto número de sujetos de la clase trabajadora del sistema productivo. Y también tiene unas consecuencias: estos sujetos, incapaces de vender su fuerza de trabajo, ya no forman parte de la clase trabajadora. Por ello, sucede la formación de una subclase de las masas subalternas; el subproletariado.

Ese subproletariado queda fuera de las relaciones de producción, y las relaciones de producción nos determinan desde el nacimiento hasta la muerte, así como lo hace sobre nuestra vida política. Por lo tanto, quedar fuera de las relaciones de producción significa casi desaparecer como individuo sociológicamente hablando: consumir por debajo del nivel de vida, casi nula acción política más allá de los consensos de la democracia liberal (urnas), radicalización de las posturas respecto al Otro lacaniano y por lo tanto ruptura latente del tejido social (especialmente si son migrantes)…

De todo ello, lo más importante es la dificultad, en muchos casos, para cubrir el coste de la vida. Por ejemplo, en España la cuantía del subsidio por desempleo se sitúa en los 426 euros, lo que permite albergar ciertas dudas sobre la viabilidad de que esta mísera cantidad cubra siquiera las necesidades básicas del parado. Además, en España sólo el 46% de los desempleados recibe algún tipo de prestación por desempleo.

Esto, cómo no, tiene sus consecuencias. Quizás la más interesante es el relajamiento en la observación de los códigos de conducta sociales y las normas legales, desde trabajar en negro (infracción tributaria) a robar cobre (delito contra la propiedad) o buscar en la basura (norma social quebrantada). Cuando se dan estas circunstancias, sucede lo que se conoce como estigmatización: el parado, excluido económicamente, es señalado por el poder y sus valores no ya como un miembro improductivo de la comunidad política, sino como un verdadero paria a nivel social. De ahí la frase «el paro no está tan mal, que al menos tienen paguita. Que se busquen un trabajo» y sucedáneos.

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Finalmente, a nivel ideológico la existencia de desempleo permite la justificación, o al menos la estabilidad, de las sucesivas bajadas de salarios y/o nivel adquisitivo de las clases populares. El elemento estructural «paro», que implica como ya se ha dicho marginación, permite la degradación progresiva de los medios de vida de la mayoría de la población que está por encima de esa subclase: en el momento en que se planteen huelgas, desacato a las autoridades económicas o simplemente se rechace un empleo por un sueldo bajo, un miembro del subproletariado puede ocupar ese lugar. Esto crea un efecto psicológico muy potente de resistencia pasiva, que anula toda posible conquista en el terreno de lo económico por las clases trabajadoras.

En conclusión: una articulación de un movimiento progresista que base su fuerza política en la clase trabajadora debe poner especial énfasis en la figura «paro», construyendo consensos sobre la necesidad de su erradicación y sobre la única vía capaz de llevar tal hazaña a cabo; el fin del capitalismo.

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