La era de la Posverdad

De la crisis del lenguaje a la crisis de la política.

“He perdido totalmente la facultad de reflexionar o hablar sobre no importa que cosa de forma coherente.”, afirmaba Hugo Von Hofmannsthal en la Carta de Lord Chandos (1). El personaje principal Lord Chandos, espejo de su creador, desvelaba una inquietud sobre su capacidad de relacionarse con los demás a través de sus propias palabras. Era el inicio de la ruptura con una modernidad marcada por la racionalidad y la lógica. Un brecha se acababa de abrir entre el lenguaje y el personaje; el habla y el mundo; las palabras y la verdad. “[…]las palabras abstractas, a las cuales por naturaleza ha de recurrir la lengua para emitir cualquier juicio, se me deshacían en la boca como hongos podridos.”, continuaba. Las palabras le habían abandonado de golpe. El lenguaje estaba corrompido y ya no parecía predicar la verdadera esencia de las cosas.

La crisis del lenguaje nacía así, entre el siglo XIX y XX,  a causa de la creciente pérdida de confianza en las estructuras sociales y culturales del momento. Se podría decir que La Carta de Lord Chandos se situó en el centro de la gran crisis existencial de la cultura del siglo XX. El lenguaje dejaba de ser la forma más natural, completa y sincera de relacionarse con su entorno. Quedaba atrás la lógica para dejar paso a una postmodernidad basada en la inducción y observación del entorno.

Y es que la relación que rodea el lenguaje con la verdad se arrastra aún hasta nuestros días sin encontrar una vía de escape donde concluir de una vez por todas. A día de hoy, seguimos debatiendo sobre la necesidad de saber distinguir entre el que opina y el que dice la verdad. Pero, ¿Qué es decir la verdad? ¿Existe una única verdad? ¿Es posible alcanzar la objetividad? ¿Qué hay de cierto cuando Nietzsche dice que el lenguaje sirve únicamente para dar opinión?(2)

Comúnmente, podríamos decir que el lenguaje ordinario llama verdadero a lo que da a conocer algo tal como es(3). Es decir, definimos la noción de verdad a partir de lo que la sociedad manifiesta como tal; por lo que esta realidad será relativa al conocimiento compartido por esa sociedad. Falta añadir que también será considerado verdadero todo aquello que no se pueda negar racionalmente. Por ejemplo, si yo afirmo que mi mesa pesa 5 kg, se podrá confirmar que mi mesa se ajusta a lo que entendemos por el concepto de “mesa” y que pesa 5 kg, comprobándolo con una balanza.  Sería en este punto donde Hofmannsthal cayó en el vacío de la lengua; la palabra “mesa” era incapaz de definir en su plenitud el concepto real que él tenía del objeto.

Los esfuerzos por salvar la crisis del lenguaje, de querer alcanzar la representación más cercana a lo que se concibe como realidad, se podría traducir con la presencia de la riqueza y variedad lingüística de cada lengua. Bien lo plasmó el matemático Henri Poincaré cuando afirmó que “una palabra bien elegida puede economizar no sólo cien palabras sino cien pensamientos”. No todas las palabras, aún siendo sinónimos, interpelan la misma parcela de realidad.
Por eso, la actual banalización que están sufriendo las lenguas se presentan como un gran riesgo : el de simplificar realidades complejas. Ya no se trata únicamente de preservar un lenguaje rico estéticamente, sino de proteger una de las herramientas clave que permite un pensamiento libre y plural. “¿Cuantas similitudes no hay, lamentablemente, entre la neolengua empobrecida y esquilada que presenta Orwell en 1984 y el habla que oímos en las calles?”, reflexionaba David Vidal Castell en El Malson de Chandos(4). “El objetivo de esta neolengua por la acción del Estado, Oceanía, que eliminaba sinónimos y prohibía el uso de determinadas palabras, era evitar que los ciudadanos pensasen aquellos conceptos que el estado permitía”, concluía. Incluso sin la intervención del Estado hemos podido ver cómo se empobrecía cada vez más la lengua. Pero ya no se trata únicamente del lenguaje coloquial utilizado en las calles. Lo más grave de esta crisis es que ya ha penetrado en los medios de comunicación y, lo que es más grave aún, en el seno de la política.

La política actual vive y muere de la crisis del lenguaje. Vive, ya que gracias a esta se consigue crear mensaje breves y frases que, por su simplicidad,  penetran con más facilidad en todos los medios de comunicación y parte de la sociedad. Los refranes repetidos por cada uno de los diputados de un partido, posteriormente repetidos en bucle en los medios de comunicación,  y finalmente reutilizados por los profesionales de la información y parte de la sociedad, acaban por vaciar el sentido de las vocablo. Por ejemplo, es curioso acercarse a una manifestación con un micrófono e ir preguntando el por qué se manifiestan. Al concluir el ejercicio encontraríamos una serie de palabras que se repiten constantemente, como un discurso aprendido de memoria. Esta falta de originalidad, de búsqueda de sinónimos más precisos, acaban por provocar una crisis al más puro estilo de Chandos: las palabras acaban por pudrirse en la boca.  Ahí es donde la política muere. La falta de correspondencia entre los enunciados lingüísticos y lo que representan no solo banaliza el lenguaje, sino que lo destruye. Y con él, también rompe con la confianza entre el político y el que los recibe. Contemplamos una vez más como el lenguaje rompe la estrecha relación que tenía con la verdad y vemos reaparecer la idea de que el lenguaje es subjetivo. ¿Cómo es que los políticos se están arriesgando a perder dicha confianza?

Poco antes de la llegada del 2018, la Real Academia Española acogió un nuevo concepto en su diccionario: la Posverdad. Este mismo concepto era designado en el 2016 como palabra del año por los responsables del diccionario Oxford, frente a la conmoción de la victoria del Brexit en el Reino Unido y de Donald Trump en los Estados Unidos. La Posverdad se define como una “distorsión deliberada de una realidad, que manipula creencias y emociones con el fin de influir en la opinión pública y en actitudes sociales”(5). Este nuevo concepto de “medias verdades” nace para desmarcarse de la mentira. Domingo Rodenas, profesor de literatura española en la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona, lo distinguía así en En la era de la Posverdad(6): “El rasgo distintivo de la posverdad tiene que ver con un nuevo pacto comunicativo entre los políticos y parte de los ciudadanos, según los cuales los primeros pueden hacer uso de mentiras que todos saben que lo son y, a los segundos, les importa más la defensa de sus derechos que la mentira”.  Es decir, los políticos pueden arriesgarse a decir mentiras ligeras y quedar impunes por un bien común, distanciando una vez más el habla de la realidad. Siguiendo esta lógica, el ciudadano cree únicamente lo que le dicen los “suyos” y declara falso lo que dicen los “otros”, al ser todo por un bien común depositamos toda la confianza en ellos dándoles “la libre licencia” de actuar a su parecer.  El ejemplo más claro a día de hoy se encuentra en el Parlamento de Cataluña, dónde se han polarizado los votos en dos bandos : los que están a favor de la independencia y los que no. Oímos continuamente palabras como “Golpistas”, “Fascistas”, “Antidemocratas”, “Separatistas”; palabras vacías de sentido y sacadas de contexto. Si tomamos un diccionario y buscamos la definición del término difícilmente encontraremos una relación entre el vocablo y su concepto.
A su turno, Andreu Jaume(7), editor y crítico literario, afirmaba que “La posverdad es un intento de crear una nueva realidad, o una forma de relación con la realidad, basada en el exterminio de la complejidad, el consumo frenético de la información y el imperio de la publicidad. La verdad es difícil y el mentiroso lo sabe bien.” La crisis del lenguaje ha provocado una crisis política, donde cada bando lucha por imponer su verdad ignorando las demás; polarizando la política e imposibilitando los pactos entre partidos. De la misma forma, Richard J.Bernstein en El Mal Radical. Una indagación filosófica(8) desconfiaba de los discursos extremistas y radicales basados en el “nosotros” y el “vosotros”, el “bien y el “mal”, ya que “el discurso del mal es utilizado para reprimir el pensamiento.” y concluye diciendo que “Esto es muy peligroso en un mundo tan complejo y poco seguro.”

¿Qué tipo de pensamiento puede desarrollar una comunidad con un lenguaje patológicamente corrompido, una comunidad que se niega a ver la importancia central de su lengua en el futuro?, se pregunta David Vidal Castell en el Malson de Chandos. ¿Qué harán todos aquellos políticos que hoy quedan impunes por mentirosos cuando ya hayan logrado su bien común? Debemos perseguir nuestros derechos sin dejar que nos pisen otros : el derecho a la información veraz.

Y de la misma forma que Bartleby en el libro de Bartleby, el escribiente(9) de Herman Melville contesta incesablemente “Preferiría no hacerlo” frente a una sociedad que lo está alienando y vaciando de sentido, o que Gregorio Samsa en la Metamorfosis(10) de Kafka se transforma en una especie de escarabajo incomprendido y rechazado por el entorno que le rodea, en la crisis de la política existen votantes sin un partido al que votar, y votantes sin ganas de ir a ejercer su derecho a voto. Han perdido la confianza en sus políticos y sus palabras.

La crisis del lenguaje crece cada día más infectando el centro de nuestras vidas y nuestras estructuras sociales y políticas. Su agravación en la política parece llevarnos hacia una frustración colectiva que va desde la polarización de partidos incapaces de pactar entre ellos, hasta una parte de la sociedad que abandona la política por falta de confianza. Aún considerando que cada sujeto habla en forma de opinión, sigue sin ser incompatible que sus palabras sean honestas, argumentadas y lo más semejante a la realidad. Esta sería la línea roja de la política que Hannah Arendt, en Entre el pasado y el futuro(11)  definía como hechos objetivos, “la libertad de opinión es una farsa, a menos que se garantice la información objetiva y que no estén en discusión los hechos mismos.” En otras palabras, la verdad factual es el que debe configurar al pensamiento político para poder ejercerse la libertad de opinión.  Por ello debemos empezar a salvar nuestro lenguaje tanto en las calles como en nuestras instituciones y no dejar impune a todo aquel que trate de tergiversarlo y de aprovecharse de él, por bueno que sea ese “bien común”.


Notas a pie de página;

  1. Von Hofmannsthal, Hugo (1902). Carta de Lord Chandos.
  2. Nietzsche, Friedrich (1973). Sobre la Verdad y la Mentira en un sentido extramoral.
  3. Agustín de Hipona (1962). De vera religione.
  4. Vidal Castell, David ( 2005). El Malson de Chandos.
  5. Definición de la Posverdad de la RAE. (2018) en http://dle.rae.es/?id=TqpLe0m
  6. Ibáñez Fanéz, Jordi (ed.); Arias Maldonado, Manuel; Camps, Victoria (et.al.) (2017). En la era de la posverdad. Calambur.
  7. Ibáñez Fanéz, Jordi (ed.); Arias Maldonado, Manuel; Camps, Victoria (et.al.) (2017). En la era de la posverdad. Calambur.
  8. Bernstein, Richard J. (2004) El mal radical. Una indagación filosófica. Buenos Aires, Lilmod.
  9. Melville, Herman (1853). Bartleby, el escribiente.
  10. Kafka, Franz (1915). La metamorfosis.
  11. Arendt, Hannah. ( 2016) Entre el pasado y el futuro en Verdad y política.  Ed.Peninsula.

 
Por  4111.97 (Dandelion)

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