Venezuela, economía y democracia
Sobre como Venezuela interpela a los demócratas, y especialmente a los liberales, ahora que se encuentra sometida a un golpe de estado.
Recientemente se han publicado una tonelada de artículos respecto a Venezuela, y el país latinoamericano ha ocupado -sí, aún más- todas las primeras planas y prime times de este nuestro país. A miles de kilómetros de distancia, centenares de plumillas pagados por las grandes editoriales y medios de comunicación deciden dar su opinión sobre uno de los últimos bastiones latinoamericanos que resiste contra la injerencia estadounidense.
Lula, Ortega, Morales, Correa, Kichner, Mújica, López Obrador y ahora -y desde siempre- Maduro conforman un grupo de políticos progresistas que han sido presionados o directamente defenestrados por las injerencias norteamericanas, sujeto geopolítico que nunca ha renunciado ni expresa ni tácitamente a la consecución efectiva de la doctrina Monroe. Algunos de los políticos señalados forman parte de lo que se conoce como la emancipación populista; ya hablamos de ello en este artículo. Otros se decantan por lo que denominan «Socialismo del s.XXI»; en cualquier caso, lo que nos encontramos es con líderes que se configuran como antagonistas a las políticas expansionistas estadounidenses.
No es mi intención lanzar proclamas a favor de Maduro, pero tampoco en contra. Este ensayo no está diseñado para caber en ningún almanaque panfletario, tan de moda en las redes sociales por un lado y otro. Simplemente voy a señalar una serie de premisas que creo que pueden ser puntos en común entre la mayoría de las sensibilidades que tienen algo que decir con respecto a Venezuela.
Primero: el país latinoamericano está viviendo dos tipos de crisis. Una de ellas es económica; pese a que Maduro y el Gobierno han intentado reducir la inflación sangrante a lo largo de 2018, Venezuela es un Estado sometido a una crisis económica de grandes magnitudes: Según el FMI, sólo 9 países -la mayoría en guerra- ha vivido depresiones semejantes en los casi 20 años que llevamos de s.XXI; Venezuela ha visto una caída de casi el 40% de su PIB entre 2013 y 2017.
Para los que no consideran el FMI una fuente fiable, RT.com, conocido periódico digital prorruso, hablaba también de la crisis en Venezuela como una realidad. Ellos lo atribuyen, a septiembre de 2018, a una reorganización económica efectiva de la economía de la patria bolivariana, que pasa «del desorden al orden» y que por ello las estructuras de producción, financieras y comerciales se resienten. Sea porque Maduro tiene -al fin y tarde- una idea de como organizar la economía y la tasación de precios o simplemente porque él y todo su gobierno son unos inútiles, Venezuela se hunde en la miseria. Para más inri, el líder de PODEMOS Pablo Iglesias se retractaba recientemente respecto a la prosperidad que atribuía al país caribeño, e Íñigo Errejón matizaba al respecto, aquí y aquí.
La segunda crisis de la que se puede -y se debe- hablar es la política. Nicolás Maduro fue elegido democráticamente en 2018 en unos comicios presidenciales en los que sacó el 67’8% de los votos, habiendo votado sólo el 46’2% de los venezolanos con capacidad para ello. En las últimas elecciones estadounidenses (2016) votaron el 55% de los norteamericanos, como dato en relación a la falta de legitimidad. A su vez, las elecciones fueron defendidas como limpias y válidas por los Observadores Internacionales enviados allí. Todos los candidatos presidenciales, pese a la denuncia recogida institucionalmente de ciertas irregularidades, aceptaron la aplastante victoria de Maduro. Una decena de países, entre ellos Estados Unidos y Canadá, no aceptaron las elecciones como válidas, así como una serie de ONG y asociaciones internacionales.
En este tenso clima, nos encontramos en que la Asamblea Nacional está en manos de la oposición al PSUV de Nicolás Maduro -extraño en una supuesta dictadura- y que su presidente es Juan Guaidó, un completo desconocido hasta hace unos meses. No es uno de los clásicos de la oposición, si no alguien al que difícilmente se le puede relacionar con el golpe de estado fallido del 11 de abril de 2002 contra Hugo Chávez (como Leopoldo López). Esta Asamblea Nacional recientemente ha sido intervenida por el poder judicial venezolano, entrando en desacato; sin embargo, durante ese desacato no se ha quedado quieta: ha pasado leyes como una amnistía para los militares y civiles «que ayuden a la restitución de la democracia en Venezuela», considerando un «deber» de los funcionarios hacer caer el régimen -lo consideremos democrático o democrático con taras, como es común en América Latina-. Así mismo, también ha aprobado una declaratoria de usurpación de la presidencia por parte de Maduro, hace poco más de una semana.
Básicamente, se ha colocado un entramado legal, pues es la oposición quién controla el legislativo, que virtualmente permite a cualquiera medianamente motivado deponer -que no tomar el poder, importante- a Nicolás Maduro, elegido democráticamente según gente tan golpista como el ex-presidente Zapatero, que actuó precisamente de observador internacional.
Señalado esto, e invitando a hacer una búsqueda más amplia para que cada cuál reflexione en su fuero interno, creo que es necesario hacer unos comentarios sobre las diferentes posturas a adoptar respecto a este conflicto, siempre en la línea de Gustavo Petro, candidato presidencial de Colombia por «Colombia Humana»:
Solo los venezolanos deben solucionar los problemas de Venezuela. Solo un dialogo entre la sociedad venezolana puede frenar la violencia que se abalanza sobre la región.
No es un golpe de estado aupado por extranjeros lo que brindará democracia a Venezuela
— Gustavo Petro (@petrogustavo) January 23, 2019
Primero, que estamos ante un golpe de estado de tomo y lomo contra un poder ejecutivo fruto de la revolución iniciada por Hugo Chávez y que tiene su representante en la figura del presidente Nicolás Maduro, hace menos de un año reafirmado en la presidencia de la nación soberana de Venezuela. Este golpe de estado ha sido totalmente provocado y acompañado por el poder legislativo, que si bien en cualquier democracia -como la Norte América de Trump- tiene facultades para oponerse a la acción de gobierno, va en contra de los principios de la democracia representativa cuando justifica y legalmente permite la toma de poder por parte de partidos opositores por canales a-democráticos. Si el pueblo de Venezuela vota Maduro ampliamente, y esto se reconoce por los candidatos opositores de aquella elección, la sombra de la legitimidad no debe planar si quiera entorno a Juan Guaidó y su cohorte guarimbera.
Se apoye o no se apoye las acciones del Gobierno de Maduro, se vote o no se vote al PSUV, los golpes de estado contra sistemas medianamente democráticos no deberían ser legitimados ni por el espectro de la izquierda ni por el centro liberal. Sabemos donde está la izquierda. ¿Dónde están los liberales, dónde están los liberales españoles? Tanto Ciudadanos como PP y VOX han pedido apoyo sin fisuras para el presidente autoproclamado. Parece que el PSOE va a ser el único liberal que quede sobre la mesa, y está dudando.
Cuestión diferente es que la democracia sea o no sea mejorable en Venezuela, y a su vez en Latinomérica y otras regiones del mundo. Tales apuntes no deben entrar en el debate que tenemos aquí, que tiene opciones rápidas e inmediatas: ¿hay un golpe de estado o no? ¿los golpes de estado se deben condenar en el s. XXI? Si las respuestas son un doble «sí», no cabe entrar a discutir: primero lo urgente, desactivar el golpe, y después las críticas constructivas. Si no frenamos la destrucción de las estructuras democráticas venezolanas, ni soñemos en mejorarlas.
Segundo. Las dudas que le pueden entrar a ese centro democrático en lo político y liberal en lo económico viene, a mi entender, de una profunda equivocación doctrinal que la Guerra Fría ya se encargó de dejar en ridículo:
La economía no florece sin la existencia de una democracia burguesa.
Lo irónico es que no sólo la URSS y cía. derribaron ese mito, sino que regímenes como el de Pinochet en Chile, basados esencialmente en la dictadura militar, experimentaron un crecimiento a corto plazo fruto de la neoliberalización de la economía a costa de reducir las libertades políticas al mínimo.
Parece ser que, como Venezuela está en crisis y el partido del poder es marcadamente de izquierdas, nos enfrentamos a una respuesta lógica por parte de estos pseudointelectuales como Hayek: debe ser una dictadura. Dado que ese axioma ontológico ya ha sido descartado, continuar pensando eso sólo lleva a apoyar un golpe de estado en pos de una liberalización del mercado que los ciudadanos venezolanos no desean (o eso dicen las urnas).
Insisto, el crecimiento económico es condicionado, que no determinado, por la estructura política, como máximo; de hecho, si hacemos caso a Federico Engels es precisamente la política la que se encuentra determinada en última instancia por la infraestructura económica. Por lo tanto, no ya apoyar o no el golpe, si no que más bien a futuro: determinar si un país es una democracia o no no debería ser basado en indicadores económicos, o al menos no solamente. Que Venezuela esté en una situación de crisis no implica una dictadura, igual que cuando quebró Lehman Brothers y por ende la economía del mundo entero no significó un régimen totalitario mundial. Los problemas económicos los tendrá que solucionar Venezuela y sus políticos elegidos democráticamente, y mal vamos si pensamos que se solucionarán a través de un golpe de estado que precisamente cause inestabilidad económica.
Y tercero, para cerrar y en relación a todo lo anterior: hay un gran interés por parte de Estados Unidos y sus socios comerciales en las reservas petroleras de Venezuela, que son las mayores del mundo -incluída Arabia Saudí, que a veces parece del siglo XIII en vez que de este mundo-. Es conocida la afición de los presidentes norteamericanos a invadir países con la excusa de la democracia y los Derechos Humanos que sistemáticamente incumplen por tal de obtener los preciados hidrocarburos que hayan podido ser descubiertos. Para más información, cualquier artículo o documental de la Guerra de Irak (2003).
Ahora que Venezuela es primer productor mundial, Estados Unidos y la OPEP no pueden dejar pasar la oportunidad de apoderarse de ellas. Como ya se hizo en Irak o en Libia -donde actualmente se han creado mercados de esclavos después de la intervención de la OTAN-, como está pasando con Bolsonaro y los recursos de la selva amazónica, así debe pasar, a ojos de las multinacionales estadounidenses y sus políticos, en la patria de Simón Bolívar y Hugo Chávez.
Con todo esto: ¿podemos ser más fríos a la hora de opinar sobre Venezuela? Gracias.
Por Ernesto González
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