Cámaras en lo cotidiano
Saboteemos la vigilancia, rompamos las cámaras de seguridad. Frente a la permanencia de la imagen, hoy queremos ser interferencias en la pantalla.
Bajo el gobierno del Imperio, todos deben vestir su uniforme, desde el ciudadano hasta la ciudad. La imagen de la impoluta metrópoli es el permanente icono del Imperio. Ante la resistencia de la ciudad momificada, uno ha de vivir bajo el influjo del devenir del tiempo, del devenir-muerte, del devenir-nada. La primera insurrección es contra la permanencia.
Habría que escribir más en las paredes, ya sea de un banco, una iglesia o un ayuntamiento. Dejar un mensaje bien grande que sea una invitación a escribir más. No importa el material, si usar pintura o fuego. Lo importante es hablar. En una época donde el mensaje se ha vuelto banal, uno ha de gritar más fuerte. En la metrópoli, el murmullo de la calle y el ruido de internet se esconden del silencio del Imperio, bajo el cual todo aliento es de obediencia. Nosotros, en cambio, no debemos ocultar nada. Toda alegría, toda tristeza, toda ira, toda pena debe encontrar un momento, ocupar un instante. Siempre hay que jugar a hacer rabiar al Imperio y a sus súbditos. El Imperio no está en la mano de ningún Emperador. No se trata de ninguna conspiración, ninguna organización, ninguna identidad.
“El imperio está allí donde no pasa nada. En cualquier sitio donde esto funciona. Ahí donde reina la situación normal” (Tiqqun, Llamamiento). En lo cotidiano reside el Imperio. Por eso, su ojo siempre mira a la cotidianeidad. Ahí, como el musgo, encuentra su grieta para crecer, expandirse, proliferar. Mirar, observar, captar la luz, ordenar la información, analizar los datos, enviar la imagen. La tarea del ojo vigilante se lleva a cabo todos los días. Para el Imperio, todos son policías en potencia. Afortunadamente, ya no le hace falta armar a unos cuantos con porra, casco y placa. “La presencia violenta de las fuerzas policiales puede ser suplida por decenas de personas armadas con bolsas de Zara, tan desalmadas y uniformes como aquellas” (Consejo nocturno, Un habitar más fuerte que la metrópoli).
No es necesario nadar a través de la burocracia para ser vigilante; el Imperio ha dispuesto todas las herramientas al alcance del ciudadano para que pueda servirle sin dificultad alguna. El ojo del Gran Hermano observa a todos a través de los ciudadano-cámara de seguridad y su smartphone. Instala esta aplicación para interactuar con tus colegas mediante un simple intercambio de mensajes, instala esta otra para subir fotos y vídeos que desnuden tu cotidianeidad ante el mundo, instala esta y esta también. El Imperio ha convertido al dueño en apéndice de su objeto. Vive tan solo para documentar la vida, traducir el instante en la eternidad. Instagram libera el panóptico interior de cada usuario. “Vigila sin (la sensación de) ser vigilado”, es la oferta que recibe el ciudadano. La granja de panópticos ofrece una rendija que se abre durante 24 horas para observar al otro, una posibilidad de construir reportajes de lo cotidiano para observar al otro.
Bajo la aparente voluntariedad, el Imperio obliga a todos a desnudarse frente a los demás. Todo usuario lleva el traje nuevo del emperador. Nadie puede resguardarse de la mirada ajena. La interacción con el contenido no es sino camuflar la vigilancia haciéndola patente. La saturación, debida a la abundante corriente de señales de la continua vigilancia ajena, ocasiona una sensación de ausencia de vigilancia. Uno se halla tan expuesto a la mirada del Imperio que su ojo le resulta indiferente. El comentario, el “me gusta”, la respuesta, la interacción es la continua constatación de que la presencia del Imperio. El teclado, la pantalla táctil como extensión del vigilante internauta es análogo a la porra como extensión del miembro policial. La afrenta no se detiene por las pantallas, porque “el Imperio no niega la existencia de la guerra civil, simplemente la gestiona” (Ignacio Castro Rey). El orden del Imperio se sostiene por el desorden de los cuerpos, el libre juego de las formas-de-vida que es la guerra civil.
Esto es similar, a escala de lo cotidiano, a la práctica contrainsurreccional bien conocida del ‘desestabilizar para estabilizar’, que consiste, en lo que respecta a las autoridades, en suscitar voluntariamente el caos a fin de hacer del orden algo más deseable que la revolución
Comité invisible, A nuestros amigos.
El vigilante es una pieza fundamental en el juego. Por eso, el Imperio ha prescindido de los policías para la tarea del mantenimiento del desorden digital. Ha optado por traspasar su rol al ciudadano, que debe seguir el ejemplo del Ciudadano Ejemplar, aquel cuya felicidad reside en servir al Imperio. A través del biopoder, suscita en el ciudadano la necesidad de ocupar su tiempo de no-trabajo, de no-productividad, de no-servicio al Imperio, en vigilar a sus iguales, a los que reconoce como iguales, nunca como vigilantes. Instagram ha convertido el rato de ocio, la rendija por la que uno asoma la cabeza para escapar del asfixiante mundo del Imperio, en una oportunidad más de servidumbre. Se trata de una lucidez extraordinaria del Imperio: vigilar lo cotidiano desde lo cotidiano. “Si no trabajas, vigila. No dejes de servir al Imperio” es la consigna que ha introducido en nuestras vidas. El mundo ya no es nuestra representación. Para el internauta, la representación misma ocupa el lugar del mundo. “Todo lo que antes era vivido directamente se ha alejado en una representación”, escribía Guy Debord. La imagen, el contenido se ha transformado en representación de lo real y realidad en sí. Pocos han visto la catedral de Norte-Dame en llamas. Para el ciudadano-cámara de seguridad, es indiferente que la representación suplante a la realidad. Para su tarea de vigilancia, encuentra beneficioso poseer una representación en tiempo real de nuestro mundo que quepa en su bolsillo. Uno ya no tiene tiempo para la directa vivencia: está ocupado retransmitiéndoselo al Imperio.
Así como se desveló el fetichismo de la mercancía, hoy revelamos el fetichismo de la imagen, siempre presente en el sistema espectacular. “El espectáculo no es un conjunto de imágenes, sino una relación social entre personas mediatizada por imágenes” (Guy Debord, La sociedad del espectáculo). La relación con la realidad se detiene en la imagen y su interacción; la relación con el otro cuerpo se detiene en la interacción mediante la imagen. Nada hay fuera de la imagen, todo está inundado por ella. El amor, la amistad, la comunidad, todo encuentra su representación en la imagen de sí mismo. Uno ya no vive el amor, la amistad, la comunidad. Uno interacciona con la imagen del amor, la amistad, la comunidad. El Imperio convierte al ciudadano en espectador del mundo como imagen e interacción. Hay que rasgar la pantalla y asomarse al mundo. La segunda insurrección es contra la imagen. Saboteemos la vigilancia, rompamos las cámaras de seguridad. Frente a la permanencia de la imagen, hoy queremos ser interferencias en la pantalla.
Por Naufragauta
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