Review a Vigilar y Castigar: Foucault desencadenado

Reseña sobre el libro Vigilar y Castigar del filósofo francés M. Foucault, que analiza las instituciones represiva que existen en el capitalismo moderno.

 

El autor y su filosofía

Michel Foucault es un filósofo complicado. Nacido en el período de entreguerras (1926) en Francia, estuvo ejerciendo de profesor universitario en diferentes centros durante gran parte de su vida. Militó en el Partido Comunista Francés desde 1950 a 1953 de la mano del maestro Althusser, y formó parte de la hornada de intelectuales de izquierdas que acogió y defendió el Mayo del 68 en un París que se quedó sin arena de playa. Fruto de esa derrota material e ideológica, al final de su vida tendió a considerarse nietscheano, alejándose de esa izquierda reivindicativa. Murió en 1984 de SIDA, cuando aún era una enfermedad extraña.

Sus concepciones filosóficas inundan el libro Vigilar y castigar (de ahora en adelante VyC). En sus páginas podemos llegar a apreciar partes de una lógica cercana al materialismo dialéctico, para luego recaer en el siguiente apartado en una glorificación del individuo que, pese a estar dominado por un mundo que lo condiciona, sigue conservando su individualidad. Se junta el análisis de las grandes estructuras y la microfísica de las relaciones de subordinación con un concepto de poder que va más allá de lo puramente económico (materialismo dialéctico), para ocupar un espacio en el binomio poder-saber: el saber como fuente de poder individual frente a una sociedad desposeída de conocimiento, el uso de la cultura sobre las masas incultas que, a lo largo del tiempo, han poblado desde patíbulos a cárceles pasando por galeras y largos exilios. En fin, un despliegue de análisis propios de la Escuela de Frankfurt sin mencionar específicamente la terminología (cultura hegemónica, contrahegemonía, etc.) que permiten comprender porqué al final del libro M. Foucault ve en todo el sistema carcelario, desde las prisiones a los orfanatos, una lucha por o contra la subyugación de las clases sociales, cada cual construyendo la cárcel o atacando sus principios.

No es menos cierto, sin embargo, que también ha recibido numerosas críticas. Su glorificación del individuo y la utilización de conceptos vagos a la hora de determinar lo que es “el poder”, así como su estructuralismo, le han valido censuras por sus compañeros de profesión. Creo especialmente importante detenernos en el último punto, el del estructuralismo: el concepto de Foucault de “construcción social”, que permite establecer las protobases de una subjetividad de la realidad material así como la eliminación de unas estructuras fijas, ha hecho que sea tachado por algunos como posmoderno, como relativista, lo cual es un giro radical en la perspectiva filosófica de los materialistas, que se atañen a una realidad material capaz de ser conocida y reconocida por todos por igual (por el Hombre). Esas construcciones sociales que él argumenta, pues, no permitirían construir un espacio ontológico más allá de la propia subjetividad y del conocimiento (y por lo tanto poder, según el autor) de esas -en teoría- “construcciones sociales”. Aunque argumente que el individuo se ve dominado por las estructuras sociales que le presionan y modelan, el giro real que da hacia Nietzsche sin abandonar ese estructuralismo es, sin

lugar a dudas, la voluntad de poder que él ve reflejada en las clases dominantes, capaces de crear a lo largo de los siglos un sistema que, efectivamente y al milímetro, vigila y castiga. Para Hegel y sus discípulos, primero es el esclavo, luego la dominación, ya sea de forma ideal –Hegel- o material –hegelianos de izquierdas. Para Foucault, las ambiciones del sujeto y sus perspectivas, así como su saber individual sobre el contexto, es lo que da lugar al poder, junto con el contexto material que discierne entre amos y esclavos en una lógica de materialismo histórico.

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Las grandes ideas del libro

Binomio poder-saber

El poder generado en las relaciones de poder produce saber; según Foucault, se implican el uno al otro: no hay relación de poder sin correlación de un campo de saber, ni de saber que no implique y constituya al mismo tiempo relaciones de poder. No es la actividad del sujeto de conocimiento lo que produce saber, sino que el binomio poder-saber son los que determinan las luchas, procesos, formas, dominios del conocimiento.

 

El contrapunto económico del sistema penal

Foucault traza un análisis directo desde el materialismo histórico para explicar parte de la evolución de la institución del castigo: en Roma, aparece la figura simbólica del “esclavo por deudas”. Al ser una economía basada en la esclavitud sin grandes avances técnicos –sí para la época- existía una necesidad económica de disponer de mano de obra; por lo tanto, la esclavitud como castigo viene determinada por la economía.

En el feudalismo, período con la moneda y la producción poco desarrollada, surgieron con fuerza los castigos corporales, al ser un bien que siempre era accesible; en la mayoría de casos era el único bien accesible. La economía no podía desperdiciar recursos en el ejercicio punitivo, pero más importante: el régimen de propiedad, aparecido en su forma actual a finales del s. XV, no estaba abrumadoramente implantado como está hoy, por lo que no había una posibilidad práctica de e.g. imponer multas.

En el liberalismo político y económico, en el boom industrial, es necesaria la proletarización para hacer funcionar las grandes fábricas. El campo queda huérfano de hijos, que emigran a la gran ciudad, las urbes crecen, pero siempre hay más capital humano que explotar en las nuevas relaciones de poder que establece el régimen del capital. Por lo tanto, surgen las manufacturas legales, fábricas que utilizan como mano de obra a la población delincuente.

Finalmente, con el auge de la tecnología y el cada vez más agudo automatismo del trabajo, actualmente las prisiones tienen la producción laboral como algo muy residual, y su función social se define como simplemente correctiva.

Vemos pues que el “cerco político del cuerpo” va ligado a su utilización económica, a partir de relaciones de poder y de fuerza de trabajo que, como dice Foucault, sólo son posibles si el cuerpo se halla sujetado: condena judicial. “El cuerpo sólo se convierte en fuerza útil cuando es a la vez cuerpo productivo y sometido”. En definitiva, las clases dominantes ejercen ese poder como consecuencia de la posición dominante, no como fin último. El privilegio de juzgar es consecuencia del poder económica y la subyugación.

 

El criminal y la teoría del pacto social

Según las teorías idealistas de la Ilustración, segunda reforma del platonismo –después del cristianismo, siendo éste un concepto clave en la cosmovisión nietzscheana- los individuos que forman una comunidad han establecido, en un pasado ideal (parecido a la grecorromana Edad de oro) un pacto entre sí. Ese pacto es el de la convivencia, que responde a una serie de valores, entre los cuáles están la libertad, la justicia y el sistema de propiedad. Los ciudadanos, cuyo propio significante de uso común para todos los individuos ya es rupturista (todos iguales), mantienen el orden y la armonía en función de unos valores universales, inherentes y que todos comprenden e interpretan por igual.

En esta perfección, el criminal es la bestia que secuestra a los niños por la noche, alguien moralmente reprobable y que automáticamente es el enemigo absoluto de la sociedad. Ya no el soberano, sino la sociedad, son los agraviados. Como consecuencia, tenemos la doctrina penal actual. ¿Por qué se regula por derecho público? Por tradición histórica, sí, pero también porque el criminal es el enemigo de toda la sociedad, su captura e inocuización el problema del Estado y su reeducación un desiderátum de la comunidad.  No es ya algo privado, ni personal (rey) como fuera en la Edad Media, sino algo público.

En esta disyuntiva, sería interesante analizar cuanto queda de la teoría retributiva en este sistema punitivo ideal. Bajo mi punto de vista, si tiráramos un poco más del hilo que plantea Foucault, se podría llegar a la resolución de la paradoja planteada más arriba en recesión. El criminal es un enemigo de la sociedad. El criminal es expulsado de la sociedad. Sin embargo, el criminal paga, el criminal cumple condena, impuesta por los representantes de la sociedad. Sólo una lógica retributiva es capaz de solucionar tal asunto: a pesar de estar fuera de la sociedad, el criminal debe ser castigado por esa misma sociedad como el invasor extranjero, porque ha obrado mal (concepto moral). Vestigios, quizás, de una época que no es tan lejana. Teóricamente, si alguien está fuera de la sociedad, está fuera del ámbito y del poder de acción de la misma y sin los posibles derechos que pueda conceder esa sociedad. Sin embargo, el criminal es juzgado por la sociedad, según las leyes de la sociedad, y según los derechos que esa sociedad le concede (e.g. derecho a defensa). El problema que viene a solucionar la teoría retributiva es uno que tiene siglos de historia: los valores e ideales no resisten a la realidad material.

 

Sistema penal como clasificación al servicio del poder

Foucault no entiende los sistemas de derecho penal como algo que pretende acabar con la ilegalidad; no cree que ese sea su fin último. Así, apunta que el sentido teleológico de la legislación punitiva no es el fin de la ilegalidad y el respeto a la ley por parte de toda la comunidad, sino una clasificación.

A partir de los análisis que lleva a cabo de diversos términos como disciplina, coacción e individualización científica, entre otros, señala que un sistema penal sirve para “administrar diferencialmente los ilegalismos”. Es decir: Para Foucault el sistema penal es la clasificación y homogeneización de los delincuentes, dentro de un sistema único, pero que además este sistema unitario crea una alteridad –como vienen haciendo todas las unidades a lo largo de la historia, e.g. patriótica. Frente a la unidad del significante “delincuencia”, a la que corresponde mayoritariamente una única gran pena (prisión), señala ilegalismos que no entran dentro del derecho penal –la alteridad-, que también forman conductas que reprimir, cambiar y normalizar.

En la escuela, el hospital y el cuartel, más el sistema carcelario y otras instituciones, Foucault ve la detección e eliminación de ilegalismos (e.g. hablar en clase) por parte de las autoridades. La prisión sería así un grado, pues lo entiende como una progresión, en la gravedad de los hechos y la dureza del crimen. La delincuencia sería una categoría unitaria de ilegalismos, que deja fuera una alteridad de ilegalismos menos graves.

Finalmente, al respecto señala que las clases dominantes, al ser la autoridad, son capaces de cometer esa serie de ilegalismos sin ser necesariamente coaccionados o penados posteriormente por ellos. Explica que la disciplina en las clases populares –pues lo enmarca en un contexto de clases- es más férrea, mientras que se relaja en las élites porque ellas –oligarquía social- son la propia autoridad punitiva. Para esa élite económica y/o liberal hay igualdad en la ley; para Foucault es sólo un ejemplo más del sistema de coacciones sobre la clase baja y las prebendas sin coacción en las capas superiores de la sociedad. En definitiva, asume la construcción ontológica del determinismo económico y la dialéctica de clases y analiza el sistema penal en base a ello, considerando que es necesario para el control y el orden social la cada vez más fina categorización.

 

Fin de la heterogeneidad de las penas, triunfo de la prisión

En los inicios del siglo XIX, la pena no era una pena normal; se utilizaba para aquéllos que eran detenidos temporalmente, o que esperaban su ejecución. Sin embargo, en un par de décadas, se convirtió en la pena angular del sistema penal. ¿Por qué?

Primero, permitía un gran control y clasificación sobre los prisioneros. Segundo, permitía que a partir de ese control se disciplinara y reeducara de forma efectiva a los presos. Tercero, aseguraba la casi igualdad de condiciones de los presos, al menos en el plano ideal. Cuarto, la ejecución de la pena restaba fuera de la vista de la sociedad, que sólo intuía que los criminales eran castigados; una justicia que sólo hacía público el veredicto. Y quinto, fruto de todo ello, la consolidación de un poder penitenciario autónomo, que respondía a unos principios generales y aseguraba una arbitrariedad en la sombra.

Pero no lo hace sin detractores: algunos veían en la prisión un elemento arbitrario, fruto de su tradición. La cárcel era el instrumento del soberano para asegurarse la condena de aquél que le contrariaba, aunque no incumpliese ninguna ley. Sin embargo, la prisión se afianzó, contra todo pronóstico. Cierto es que ha sufrido innumerables reformas, pero bajo mi punto de vista no se han difuminado completamente los fundamentos que una vez la hicieron surgir de las mentes ordenadas a la piedra. ¿Por qué? Pues porque el sistema carcelario enlaza a la perfección con ese pasado de coacción sobre lo no-normativo, y ejerce unas funciones mucho más afiladas que la hoja del verdugo. El tiempo dirá si alguna vez se podrá hacer una crítica seria al sistema penitenciario, pero tal cosa no sucederá sin un cambio de perspectiva en el grupo de poder social, o un cambio de grupo de poder. La filosofía, pues, empapa el derecho penal, y el derecho penal actual se consolida en la hija bastarda del liberalismo, la cara oscura de la moneda de los que claman por los Derechos del Hombre y del Ciudadano.

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