Viña Rock: un negocio y nada más
Un análisis bastante chapucero sobre el Viña Rock, el consumo de drogas y cómo deberíamos indagar en lo personal de nuestros
hábitos
Como muchos sabréis, el pasado mes de mayo se celebró en el municipio albaceteño de Villarrobledo la XXIV edición del Festival de Arte Nativo Viña Rock o, como lo conocemos todos, el Viña Rock. Este año el festival ha apostado fuerte por el regreso después de tantos años del grupo vallecano Ska-P y ha presentado un cartel de estilos musicales variados, rompiendo con tu título estático de “rock” y dejando paso a nuevos sonidos. Según el periódico ElDiario.es, la asistencia ha sido de “record” y han visitado el festival 240.000 personas, generando unos 22 millones de euros.
No obstante, no estoy aquí para aportar datos y cifras sobre el Viña, sino para comentar lo que vi y lo que sentí esos cuatro días de conciertos y camping. Voy a hablar de lo que me impactó y de lo que me sorprendió, dejándome un recuerdo bastante agrio de un festival al que me apunté con mucha ilusión. Se trata de mi opinión personal, y ojalá estar equivocada.
Lo primero que me viene a la mente cuando pienso en Viña es lo siguiente: consumo. Consumo excesivo. Como nunca antes lo había visto. Vorágine de caos y descontrol, suciedad y embriaguez, donde los conciertos pasan a estar en segundo plano. Dentro del imaginario popular, el Viña Rock es un festival que ofrece conciertos con fuerte contenido político y revolucionario, por lo tanto, podemos tacharlo de un ambiente donde asiste gente de “izquierdas” (con excepciones, por supuesto). Conciencia de clase, valores feministas y autocrítica son el pan nuestro de cada día y éstos brillan por su ausencia en el Viña. Muchos dirán que no es tan profundo y que son solo conciertos, pero cuando los artistas y grupos que asisten manifiestan tan deliberadamente mensajes de lucha y de resistencia deja de ser diversión y entretenimiento y se convierte en una insignia política.
Recientemente han salido a la luz noticias sobre las nefastas condiciones laborales de los trabajadores del festival. El sindicato CGT Villarrobledo denunció que las jornadas laborales eran mucho más largas de las prometidas, pues hubo trabajadores que acudieron para turnos de 10 horas y terminaron trabajando el doble. Por cada hora se cobraba 4 euros y las extras fueron sin pagar. También se han denunciado las condiciones precarias en las que trabajaron y en las que se hospedaron y la incertidumbre de cuándo recibirán el dinero.
Lo que voy a decir no es nada nuevo, no soy la nueva mesías y tampoco pretendo serlo. El Viña Rock se ha convertido en otro negocio más y no hace falta leerse El Capital para terminar con esa conclusión. No estás haciendo la revolución por ir a un festival y mucho menos sabiendo lo podrido que está por dentro. Es más, algo que me llamó indudablemente la atención (como lo he comentado antes) fue el altísimo consumo de alcohol y otras drogas. Parece que la música es secundaria y que la gente va con el único objetivo de embriagarse. Estamos acostumbrados a ver porros, cerveza y alguna que otra raya de coca en ambientes de izquierda, manifestaciones, fiestas de centros okupas y en conciertos de artistas abiertamente “antisistema”, sea lo que sea lo que signifique eso hoy en día.
Se le atribuye a Carol Harish la autoría del eslogan popularizado en la década de los 70 por el movimiento feminista de la segunda ola The personal is political. ¿Qué queremos decir cuando defendemos que lo personal es político? Que no existe la libre elección ni la libre voluntad y que hasta nuestros actos y pensamientos más íntimos y más individuales están plagados de política. Entonces, la pregunta que nos hacemos aquí es: ¿por qué cojones nos drogamos? No nos libramos ninguno, ni siquiera yo, que parezco Doña Perfecta escribiendo este artículo.
El ser humano se ha drogado desde sus inicios y la cosa no ha cambiado hasta el día de hoy. No obstante, nunca se ha visto el consumo a escala tan grande como la de ahora y es evidente que hay un enorme negocio de drogas a nivel global. Nos drogamos para evadirnos y en un contexto económico como en el capitalismo, aún más. Hay una relación directa entre tener una vida de mierda y querer drogarse. Estudio Trabajo Social y (creedme) sé de lo que hablo.
Marx defendía que la droga corrompía el cuerpo y el alma de la persona y es por todos conocida su famosa frase “la religión es el opio del pueblo”, donde abogaba por poner a ambos en el mismo nivel: la droga es caca, y también lo es Dios. La existencia de un Paraíso después de la muerte invitaba a los feligreses a dejarse guiar por promesas vacías y a encontrar soluciones donde no las había, algo así como poner una tirita sobre una pierna rota. La droga funciona de una manera parecida tanto para el adicto como para el que no lo es. El adicto vive la vida a través de la droga, y el creyente, en cierto modo, también.
Varios autores y teóricos han trabajado el asunto de las drogas y (que yo sepa) han llegado todos a la misma conclusión: el revolucionario no debe ir drogado. La droga deteriora cuerpo y mente y debemos ser tremendamente honestos con nosotros en esta cuestión, pues la romantización de estas sustancias está a la orden del día. Si me diesen un euro por cada persona que me ha dicho que los porros no son malos porque vienen de una planta, tendría dinero suficiente para comprarme unos pantalones en Zara.
Dicho esto, ¿debería un ambiente con causa revolucionaria promover y facilitar la droga? Es decir, ¿deberían los gaztetxes vender cerveza y kalimotxo en las txosnas? ¿Debería estar bien visto fumarse un porro mientras marchas en la mani del 1 de mayo?¿Deberían las fiestas de los centros sociales ocupados permitir que haya consumo en sus instalaciones? Y, la pregunta que todos estaban esperando, ¿debería el Viña dejar de vender alcohol y activar un protocolo de “drogas 0” para su edición del año que viene?
Como he dicho antes, lo personal es político y cuestionarnos nuestro consumo de drogas es laborioso, complejo y hasta doloroso. Son hábitos que llevamos grabados en la piel y se hace difícil imaginarnos en entornos sociales sin una gota de alcohol o sin nada de THC en nuestro organismo. Cuando lo pensamos, nos cuestionamos si somos realmente capaces de hacer frente a algunas situaciones sin consumir y es ahí donde el cambio comienza, cuando cuestionamos lo personal, cuando cuestionamos lo político.
Este artículo no invita a ser Straight Edge ni a mirar mal a tus amigos cuando se pidan chupitos en el bar a las 4 de la noche. No se trata de creerse superior por consumir menos alcohol o menos porros que tu vecino ni tampoco de dejar de salir con tus colegas porque no soportas a la gente borracha. Se trata de cuestionar nuestros consumos, nuestras adicciones, nuestras costumbres, indagar de dónde surgen y cuándo vinieron y ver si podemos hacer algo al respecto. Lo ideal sería no drogarse, pero no somos superhéroes así que haremos lo que podamos.
Por Irantzu Oria