Destellos sobre el comunismo
No existe una dicotomía Estado-comuna, porque entre ellos encontramos una oposición radical. La comuna no es un Estado en tanto que no es una permanencia.
La gota de agua, con la fuerza del goteo repetitivo y constante, erosiona la piedra y crea su propio cauce, su propio camino, para las gotas por venir. Muchas gotas han saltado desde Marx. Muchos proyectos de comunismo han construido y seguido sus propios cauces, que posteriormente han sido continuados por otros. Cada uno fluye por su cuenca. Nosotros no vamos a ser menos. Es por eso que no es una cuestión de reconducir, encauzar esas aguas hacia el mar donde deseamos dejar de ser río para ser mar. No podemos alcanzar aguas pasadas. Por tanto, hemos decidido cuidar aguas nuevas.
A continuación solo hay salpicaduras. No se trata de brindar unos planos para la arquitectura del futuro. Atrás hemos dejado a quienes se desesperan por no saber qué hacer. Para su desgracia, no podemos ofrecerles un manual de uso, sino un mero mapa. Cada día se nos provoca para trazar una ruta definida, pero preferimos devenir indiscernibles. Hemos entendido que solo así somos potencia, voluntad de acción. Se suele temer al insurrecto de rostro cubierto, porque se evade de las posibilidades estatales de ser identificado. Una vez se es capaz de reconocer el posible peligro, se pierde toda intensidad. Rechazamos toda visibilidad como táctica de combate. Sabemos que hay muchos a quienes esta actitud les resulta molesta; la consideran estúpida, idealista, puede que incluso infantil. Realmente preferimos ser niños: hay en ellos una agradable corriente tormentosa, indomable, hasta el extremo de violenta.
El comunismo no es una disposición de esperanza. Hay quienes han sido enseñados a aguardar la revolución, como si en algún momento tuviera que bajar del cielo para que todos pudieran reconocerla. No deja de ser cierto que dentro de cada materialista histórico se esconde un atrofiado teólogo de la revolución, un deforme profeta de una potencia mesiánica. Su esperanza hace desvanecerse toda potencia aquí, para situarla más allá. Cada acto suyo es la manifestación de una débil voluntad de predicación mesiánica. Nosotros ya no esperamos más. No es que nos sintamos apremiados por la sensación de urgencia que propagan ciertos grupos, que no hacen sino proclamar la inminente llegada de la revolución mientras asisten al teatro de la guerra en curso. Sabemos hay una guerra en curso que acontece fuera del escenario, y queremos tomar presencia. No tomamos partido porque no queremos formar parte de una máquina de guerra, tomamos presencia porque en la guerra en curso todo acto constituye una declaración.
A veces nos encontramos con quienes se vanaglorian de que gracias a la lucha de sus ancestros es posible estar en esta situación. Nada tenemos entonces que agradecerles a dichos ancestros y a sus respectivas descendencias. ¿Cómo puede uno enorgullecerse de tan patética lucha, que claman haber vencido por conseguir ser gobernados? Aquel que considera la toma del poder un éxito no comprende que la verdadera hazaña es rechazar el poder. La insurrección no halla otra cosa que fracaso cuando trata de instalar la farsa que replica la tragedia anterior. Siempre hay quienes se alegran por los reyes que usurpan el trono de otros. Dicen que no conocen una insurrección triunfante, porque únicamente entienden como triunfo la doble derrota de no haber roto la rueda y continuar además girándola. Cuando existe una simetría entre dos máquinas de guerra que se enfrentan, son inevitables las derrotas.
A menudo se presenta la comuna como alternativa del Estado. No existe una dicotomía Estado-comuna, porque entre ellos encontramos una oposición radical. La comuna no es un Estado en tanto que no es una permanencia. No ESTÁ, sino que, más bien, SUCEDE. La forma-comuna no se estructura como la forma-Estado, puesto que no se trata de una forma de gobierno, una forma de gestión. Hemos decidido rechazar todo gobierno, toda gestión de cuerpos para, precisamente, evitar la simetría. De esta manera, la comuna aparece como una forma de encuentro, una forma de reunión; surge como producto de la multiplicidad de las potencialidades de cada miembro. Es aquí donde tiene sentido finalmente el NOSOTROS, no como suma de individualidades, un archipiélago de islas del YO, sino como producto de potencialidades, un organismo rizomático. Solo cabe la posibilidad de un NOSOTROS en el rizoma-comuna, no en el árbol-Estado.
Dado que la comuna no repite el Estado, se evita toda posibilidad de repetir las estructuras estatales. Todo dispositivo de represión para la instauración permanente del binomio vigilancia-seguridad queda destituido. No más fuerzas de seguridad, no más cámaras de vigilancia, no más biopoder, no más Ciudadanos Ejemplares, no más dinero, no más máquinas, no más trabajo. Quienes contemplan esto como una regresión, desde luego consideran que nos ubicamos en el fin de la historia. Y sin embargo, incluso en dicho fin, se dejan arrastrar por una indetenible corriente en la que no son capaces de avistar un término. Al dejarse arrastrar, creen que son ellos los que avanzan, los que progresan. ¿Adónde nos ha llevado la destructora corriente del progreso sino a continuas catástrofes? Son muchos los emisarios del fin del mundo, en tiempos de la catástrofe climática y ecológica. El día del Juicio Final llegará con la apocalipsis o la revolución, según en lo que crea cada uno. La comuna es, en cambio, la posibilidad de una isla en medio del tiempo, el intento de un dique de contención para la corriente del progreso. No constituye un punto y seguido, sino un punto y aparte.
Se trata de recuperar el terreno previamente ocupado por el Imperio para expulsarlo definitivamente, una reapropiación del territorio de lo cotidiano. Cuando los insurrectos liberan los cócteles Molotov o queman coches, quioscos o basura, siguen una estela luminosa. La apología del fuego es la apología del comunismo, de su continuo devenir-potencia y de su capacidad para hacer arder cualquier cimiento. La revolución del comunismo es, pues, el arrancar todo electrodo que controla y transmite información de nuestros cuerpos. El revolucionario rechaza su condición impuesta de código de barras.
No hay aquí ninguna intención de planear los actos de los años venideros. Hay tiempo para organizarse, hay tiempo para pensar, hay tiempo para actuar, habrá tiempo para construir. Hay todo un territorio en el que instalar un campo de juego. Sirva esto como una declaración de combate, una contribución a la guerra en curso. No es desde luego un programa, ni esperamos ofrecer uno. Los comunicados caducan en algún momento, por mucho tiempo que permanezcan en las paredes. Consideren esto los destellos de una bengala en el cielo.
No nos veremos en las calles. Sentimos la presencia del resto de nosotros y a veces nos encontraremos, nos reuniremos e intercambiaremos afectos y gestos. Eso nos basta.
Por Naufragauta