¿Y ahora, qué? El yermo procesista tras la sentencia al 1-O
Entre prisas, y en medio de una jornada histórica, este artículo busca plantear las posibles consecuencias y estrategias que los actores del movimiento independentista pueden plantear después de la sentencia de hoy, 14-O.
Sobre la sentencia
En su ya, a estas horas, cacareada sentencia, el Tribunal Supremo señala que los actos post-referèndum del 1-O carecían de eficacia, y que el derecho de autodeterminación es algo ficticio. Bajo este paraguas del derecho de autodeterminación, imaginario según el Supremo, lo que sí se buscó fue lograr una posición fuerte a la hora de negociar con el Gobierno central una consulta popular “legal”.
Hay muchísimos resúmenes que os pueden ilustrar cuál es la argumentación seguida por el Supremo para condenar a sedición y malversación a cuatro personas, tres por desobediencia y cinco simplemente por sedición. Buscadlos, pero hacedlo a partir de mañana: desconfiar de quien se puede leer 493 páginas llenas de contenido jurídico en meras horas. De momento quedémonos con lo importante: una rotunda condena a los líderes del Procés.
Lo más importante de esta sentencia, sin lugar a duda, es el hecho de condenar a la gran mayoría de los acusados por sedición, y no por rebelión como pedía la Fiscalía. Más allá de que se ha impuesto la tesis de la Abogada del Estado -entiéndase “Abogada del Gobierno socialista”-, el tipo de sedición, entendido como una “condena suave”, permite cierta adecuación del tipo penal a lo que pasó. Se desecha, por tanto, una rebelión extremadamente difícil de justificar por parte del tribunal. Cabe preguntarse, sin embargo, si esta decisión “moderada” es fruto de una instancia superior: ya se ha anunciado que no se dejará que la sentencia sea firme, sino que se recurrirá ante el Tribunal Europeo de Derechos Humanos. A nivel jurídico es mucho más fácil defender el delito de sedición que el de rebelión; en otras palabras, es mucho más fácil que el TEDH dé la sentencia por válida. En todo caso, dejamos copiado los artículos 544 y 545 del Código Penal, para que juzguéis vosotros.
Son reos de sedición los que, sin estar comprendidos en el delito de rebelión, se alcen pública y tumultuariamente para impedir, por la fuerza o fuera de las vías legales, la aplicación de las Leyes o a cualquier autoridad, corporación oficial o funcionario público, el legítimo ejercicio de sus funciones o el cumplimiento de sus acuerdos, o de las resoluciones administrativas o judiciales.
Los que hubieren inducido, sostenido o dirigido la sedición o aparecieren en ella como sus principales autores, serán castigados con la pena de prisión de ocho a diez años, y con la de diez a quince años, si fueran personas constituidas en autoridad. En ambos casos se impondrá, además, la inhabilitación absoluta por el mismo tiempo.
También destacar que no se habla de violencia, sino mero tumulto: a nivel narrativo, la sentencia cierra con puntualidad una etapa en la que el discurso unitario ha tenido que aceptar -a regañadientes- que Cataluña es pacífica y se encuentra despobladas de ETAs varias -pese al empeño de Ana Rosa y demás caverna-. Etapa cerrada, por otra parte, para dar paso a las acusaciones procesalmente nefastas sobre los jóvenes de los «precursores de explosivos», véase lejía y sucedáneos. El discurso que habilita esta sentencia es precisamente, por tanto, el contrario al que plantea: se abre la veda para cazar al tigre independentista, como hace tiempo el GAL cazó -eufemísticamente- a ETA.
¿Y ahora, qué?
Primero, entra dentro de toda lógica estratégica que el músculo político del procesismo esté en la calle, dado que el Palacio, lo institucional, ha sido restaurado. Precisamente el palacio de la Generalitat ha sido acallado en este juicio, dejando la institucionalidad central como monologuista en un diálogo que nunca ha llegado. Si el vencido se lamenta aún no se ha vencido. Es por eso que ahora encontramos una pugna calle a calle de la masa independentista frente a las fuerzas policiales, llamadas especialmente por adelantado a “mantener el orden”. No hay nada que comentar al respecto, pues es lo esperado. Sólo queda condenar y hacer frente a una represión policial que venga de donde venga y por la causa que sea hay que desterrar.
En cuanto a los actores del movimiento independentista, es clave comprender que a lo largo de esta travesía por el desierto autonómico la unificación de las fuerzas independentistas, cuyo máximo hito fue la candidatura unitaria entre ERC y PDeCat (Junts pel Sí), ha sido totalmente desforestada. Por tanto, tenemos diferentes respuestas por parte de diferentes actores, y todo ello es en base a la pérdida de control de los sujetos y organizaciones hoy sentenciados en relación con el movimiento independentista. Así, ya surge un antiprocés, no unionista sino puramente independentista que considera que el Procés ha sido (¿fue?) poco más que un engañabobos en el que dos millones de personas -se dice pronto- confiaron ciegamente sólo para ser defraudadas por la mediocridad institucional. Estamos hablando de sujetos un tanto problemáticos y preocupantes para el panorama como el MIC (Moviment Identitari Català), el FNC (Front Nacional de Catalunya) y Catalunya Acció, que pese a ser literalmente cuatro frikis pueden ser cuatro frikis que canalicen parte de la rabia acumulada a lo largo del proceso judicial. Una cosa es clara: cada vez hay una grieta más profunda entre el electorado independentista y los partidos independentistas moderados, portadores del oficialismo de la cuestión. Esperemos que los cuatro frikis sigan a sus cosas de rojipardos catalanistas (por no decir otra cosa) y la frustración de la población catalana no se dirija a nutrir sus filas.
Habrá que ver entonces, si después de cortarle la cabeza a la Hidra de Lerna procesista el movimento independentista oficial presenta la batalla preparada y anunciada o si, por el contrario, sólo las cucarachas sobreviven a la catástrofe nuclear que supone la sentencia para los defensores del derecho a la autodeterminación, punto de fuga de todo este asunto. El yermo al que se enfrenta un procesismo agotado y unas alternativas políticas apenas articuladas pueden permitirnos augurar una escalada dura hasta el siguiente momentum populista.
Otro actor indirectamente salpicado por la sentencia: la CUP, pese a su fervor patriótico, no ha visto a ningún integrante de su cambiante cúpula condenado en el presente juicio. Ello nos plantea otra cuestión, ¿Es la CUP parte integrante del Procés, tal como lo hemos definido un par de párrafos más arriba? Al entender del que escribe, la CUP ha cabalgado la cuestión nacional radicalmente de cara, hacia las fauces de la represión y combatiendo en primera línea, pero el escaso apoyo popular ha frustrado el martirio ante el Supremo. Los integrantes de la mayoría absoluta en el Parlament son quienes han recibido esta bala, al ser las cabezas visibles del oficialismo independentista. Porque si algo ha sido esta pantomima, ha sido un juicio al oficialismo independentista; la CUP ha sabido mantener las distancias con ellos planteando un discurso de clase y añadiendo el factor nacional como eje principal de sus propuestas. En otras palabras, su programa no ha sido fagocitado enteramente por el discurso nacional, algo que sí ha pasado en el Govern de “unión sagrada” entre ERC y Junts per Catalunya, por lo que mantienen una voz propia; una voz propia que según sus propios y legítimos intereses a veces comulga con las tesis del oficialismo procesista, del Procés. Se encuentran entre aprobar los presupuestos de la Gran Coalición catalana y solicitar la escisión unilateral sin medias tintas y sin tener en cuenta la tibieza de sus socios, así es como se puede definir el papel de la CUP.
La CUP puede, por tanto, entenderse como una organización al filo de la navaja de las estrategias puramente procesistas, veáse ERC, Junts per Catalunya, ANC y Òmnium Cultural -no en vano, ha sido a ellos a quien hoy se les ha ejecutado políticamente-. Por ello, depende de la CUP bajar del trapecio en el que ha estado realizando las acrobacias que todo partido anticapitalista ha de desplegar en una democracia liberal, y buscar de verdad la hegemonía del movimiento independentista. Con los moderados recién salidos de la picota de Marchena, la CUP se presenta como el candidato óptimo para practicar a Gramsci, a través de dos estrategias divergentes. La primera es ocupar el vacío que presumiblemente dejan estos partidos en el puesto directivo del Procés, identificándose con su trayectoria pasada pero dotándola de unas dinámicas propias de todo movimiento comunista, radicalizando el Procés tanto en lo social como en lo nacional. La segunda, quizás la más probable, sería la construcción de un espacio de directo rechazo de las estrategias y la breve pero intensa historia del Procés, buscando empezar desde cero -y con otras lógicas- el camino a Ítaca. Pero cuidado: demasiados espacios ha flotado ya el movimiento independentista, por lo que si esta es la opción escogida deberán procurar fagocitar a Albano Dante Fachín y compañía.
Finalmente, para los exprocesados, hace unas horas ya condenados a la espera de recurso, la última frontera es Europa. Una Europa, por otra parte, en la que el espíritu de los Derechos Humanos del 48 le suena a chino mandarín, y que lenta pero tenazmente se plaga de la podredumbre ultra-derechista que viene asolándonos, desde Polonia a Italia pasando por Austria, Holanda y Francia. Habrá que ver, por tanto, qué ocurre respecto al destino de los líderes independentistas, de los adalides de la mitad del pueblo catalán, ante unos pueblos europeos que precisamente piden a golpe de urna regresión de los mismos. En los próximos días, meses y años veremos cómo se despliega la respuesta a esta sentencia. 14-O, recuerden la fecha.
Por @CdProcer
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