De gestión y progreso en tiempos de COVID

Las fuerzas progresistas deberían precisamente estar peleando el concepto de “gestión” como significante político, más que lanzar bengalas rojas con la intención de deslumbrarnos. 

Hace unas semanas, los errejonistas die-hard salían de sus cuevas lacanianas a reivindicarse como los primeros y más antiguos discípulos de la idea de la Renta Básica Universal (RBU) en nuestro país. Y hace unos días se confirmó que el profesor de la Facultad de Economía UB e integrante de la altisonante “Comisión de Reconstrucción”, D. Raventós, iba a ir a cuchillo en su largo tiempo ignorada demanda de ésta. Sin embargo, antes de asumir que el Gobierno social-comunista va a darnos dinero gratis a todos por el mero hecho de existir, es necesario que tratemos la cuestión con cierta crítica. Sí, aunque sean los nuestros. 

Para empezar, hacer notar que mientras nos enzarzábamos en un onanismo intelectualoide en el que nosotros, con nuestros grados, másteres, post-grados y post-másteres, éramos en cierta medida “escuchados” en nuestras demandas radicales que, como siempre, giran en ver destruido el capitalismo a manos un Gobierno cómplice, el PSOE seguía y sigue siendo el PSOE. Me estoy refiriendo a lo que, junto con el baile de matices en cuanto a la reforma laboral, se está convirtiendo en la deriva socialista. La mecánica es la siguiente: se promete algo realmente izquierdoso, sea o no con la presión de PODEMOS. Ante la presión de la CEOE y sus calviños y ábalos, dicha medida se rebaja. Nos tragamos el discurso sin los hechos, acompañado siempre de una guarnición de extrema derecha vociferante contra el Gobierno, que nos ayuda a creer que realmente van a cumplir lo prometido (¿Por qué llora tanto, si no, VOX?). Como la mencionada derogación de la contrarreforma laboral -en toda su ortodoxia liberalcatólica-, la prometida RBU se quedó en IMV, o Ingreso Mínimo Vital, diseñado como otro subsidio más que, lejos de cuestionar las relaciones de producción, suple los fallos del sistema capitalista en cuanto al mercado de la fuerza de trabajo se refiere. 

Pero cuidado, porque de la cortina de humo de la RBU pasamos a discutir la viabilidad o no del IMV, y ya olvidamos los ERTES de la semana pasada. Esta semana pasada tocó olvidar la RBU, y centrarnos en la reforma laboral. Se iba a derogar entera, ahora ya sólo en sus aspectos más lesivos. Discutimos sobre posibilidades anunciadas, cuando en su momento la derecha no nos dejaba discutir, porque lejos de anunciar la revolución mediante frases contundentes tan solo nos escupía hechos, actuaciones ya materializadas a la chita callando, como quitar todo presupuesto a la Memoria Histórica. Decir y hacer, cuestiones distintas, y de fondo la debacle del COVID-19. 

Y en esa debacle, nuestra gente siendo condenada a ERTES, voluntad unilateral del capitalista que cuando dijo aquello de “yo saco beneficio porque asumo el riesgo” se quedó tan sólo con lo primero. Incluso asumiendo que los mimbres en los que nos movemos son los que son y que, lejos de poder revertir estas relaciones de producción, toca reforzar el papel asistencial del Estado, la gestión de los ERTES y su procedimiento puede y debe ser criticable. Ahora mismo hay 250.000 personas que, además de perder su sueldo y ser enviados a cobrar el 70%, todavía no han recibido ese 70% por parte del SEPE. Eso significa más de dos meses, en el peor de los casos, sin poder hacer frente a las necesidades cotidianas que tanto nos esforzamos a defender como comunistas. Es un 7% la gente afectada por un ERTE y que todavía no ha recibido su prestación a día 22 de mayo de 2020, habiéndose declarado el ERTE como respuesta institucional en el campo del trabajo mediante los Decreto-ley 8/2020 y 9/2020, ambos de 17 de mayo. Es decir, que en una crisis extraordinaria lejos de asegurar el correcto funcionamiento del SEPE, como mecanismo fundamental en la sustitución de la ralea empresarial y en el bienestar de las clases populares, el Gobierno habla de RBU (o no) y de reforma laboral (o no). 

Creo, sinceramente, que las fuerzas progresistas deberían precisamente estar peleando el concepto de “gestión” como significante político, más que lanzar bengalas rojas con la intención de deslumbrarnos. ¿Cómo pueden lanzarnos bait si 250.000 de los nuestros no tienen para comer? Cada uno de ellos es alguien a quien este Gobierno, que se dice centrado en las personas, ha fallado, y automáticamente se convierte en carne de cañón para unas derechas cuya meta es la vuelta al trabajo -y a los beneficios-. Si no se protege a la gente, dicha gente va a perder la confianza en los nuestros, y ante el dilema de la posibilidad de contagio y no comer siempre va a escoger lo primero, lo que lo sitúa fácilmente en el argumentario anti-confinamiento y pro-empresarial. Nuestra socialdemocracia ha de demostrar que un empresario declarando un ERTE no va a suponer que nadie se muere de hambre, porque en este país se protege la vida, a diferencia de EEUU y otros tantos. 

Por otra parte, estamos en un momento en el que la derecha está disparando a bocajarro sobre un Gobierno socialdemócrata, con la esperanza de que la confianza de los ciudadanos en éste se vea totalmente debilitada. Más allá de las críticas ideológicas que pudieran hacerle -que yo todavía no he visto ninguna-, lo que busca la oposición ahora mismo no es tanto ver al Gobierno rojo cautivo y desarmado -que también- sino que su propia aura de “grandes gestores”, de la que han hecho gala tanto Aznar como Rajoy, sea reconocida entre los escombros posteriores a su deslealtad institucional. Característica que, por otra parte, no nos reconocen a ninguno que bese la tricolor. 

Paradójicamente, la destrucción de España está siendo deseada más por los cruzados nacional-católicos reconvertidos en nostálgicos y militantes de VOX que por la horda roja, porque solo dicha destrucción justifica a una derecha que espera llegar en un momento más dulce que éste, para así poder colocarse las medallas. He ahí un matiz importante: no es el COVID-19 el que deja a España en harapos, sino el Gobierno en su gestión del mismo. Como todo el mundo sabe, los izquierdistas no sabemos dirigir un país -miren sino el desatino que fue la Segunda República-, y por ende no nos corresponde gestionarlo en estos momentos tan difíciles. ¿No es ese acaso el leitmotiv del barrio de Salamanca? Las cacerolas de inducción caras se golpean porque saben, con topografía de creencia, que sólo ellos y su panda de endogámicos de doble y triple apellido son capaces de hacer lo que hay que hacer. Normalmente, y guiados por sus primos segundos de la CEOE, abaratar el despido y recortar en servicios públicos, algo que no se está haciendo en esta crisis. 

“Es una oportunidad de oro para que la socialdemocracia en este país demuestre que gestionar no es un asunto burgués” 

Por ende, me parece fundamental entender que ésta es una oportunidad de oro para que la socialdemocracia en este país demuestre que gestionar no es un asunto burgués. E incluso, yendo más lejos, que se puede gestionar de manera radicalmente distinta a como nuestra sietemesina y malformada bourgeoisie mesetaria nos tiene acostumbrados. Evitar ser un Ejecutivo -no me atrevo a decir partido, gracias Susana Díaz and Cía.- con casos de corrupción entra dentro de la normalidad europea. Que además dicho Ejecutivo se identifique plenamente con la tradición socialdemócrata europea y, sobre todo, no se despeine a la hora de gestionar tanto la asistencia a sus ciudadanos como la intervención robusta del Estado en las relaciones de producción hace que a la derecha trumpizada le tiemblen las piernas y le suba la espuma a los colmillos. 

Porque la derecha ya tiene ganada a pulso la fama de gestora, más que nada porque suyas suelen ser las fábricas, los campos y los comercios de toda índole. Es precisamente ahora, en esta situación de crisis extraordinaria que la derecha ansía haber podido gestionar, que las fuerzas representativas de los intereses de las clases populares deben demostrar en la palestra asistencial su capacidad como “hombres de Estado”. Este, por otra parte, no deja de ser un significante vacío que en nuestra política ha venido siempre a referirse a aquellos derechistas del PSOE, o centristas del PP, que han sabido sacrificar sin escrúpulos cualquier elemento que les impidiera gestionar con normalidad el status quo, institución a preservar. Ni los comunistas de como se llamen los de Iglesias ni los fascistas de VOX son buenos gestores según la opinión pública, pero sí lo sería Ciudadanos; no es una cuestión de tocar poder sino de ser considerado tan de centro que la realización de tus principios políticos casa con la realización de la cotidianeidad hasta las últimas consecuencias, siendo esto una lucha a vida o muerte desde que nos golpeó el COVID-19. 

Recapitulando, lo que se viene a reflexionar por quien escribe es que la posibilidad de una renta básica universal, saludada por el grueso de las fuerzas progresistas así como por la mayoría de la población (56% según un sondeo reciente), o la reciente polémica entorno a la reforma laboral, no deben distraernos de aquella realidad que atiza la gestión de un Gobierno que, como mínimo, consideramos no opuesto diametralmente a nuestros intereses. La gran cantidad de errores, traspapeleísmo y burocracia fallida, así como la incorporación de sucesivos cambios y figuras jurídicas de las que no se ha dado suficiente información (e.g. ayudas a empleadas de hogar), puede suponer el asidero de realidad que la ultraderecha atrapada en la Reconquista de 1492 necesita para conectar con un pueblo que, de momento, prefiere ignorarla. Hay que ejecutar correctamente la protección de la ciudadanía en el presente de alarma, siempre que aspiremos a que esa misma ciudadanía despatrimonialice en su entendimiento la capacidad gestora que atribuye -erróneamente- a la clase empresarial y sus voceros políticos. 

Solo así, asegurando una correcta protección de nuestros conciudadanos, podremos llegar a plantear de manera honesta debates de progreso tan necesarios e interesantes como la RBU o el refuerzo de la protección laboral. Y sólo gestionando y demostrándolo seremos capaces de derrotar a una derecha carente de lo que siempre han atesorado: el poder político. 


Por Claudio de Prócer 

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